Sin Crayón- Farenheit 451


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LA PALABRA VINCULADA Y LAS PERSONAS LIBRO


En el mundo que describe Ray Bradbury en Fahrenheit 451 los libros están prohibidos. Sin embargo, hay personas que se resisten y lo hacen aprendiéndose un libro cada una de ellas. “Somos miles las personas que llevamos un libro en nuestra cabeza, bibliotecas itinerantes (…) Al principio no se trató de un plan. Cada persona tenía un libro que deseaba recordar, y así lo hacía. Luego, fuimos entrando en contacto, viajando, estableciendo esta organización y forjando un verdadero plan (…) pero la ciudad nunca se ha preocupado lo bastante de nosotras como para organizar una persecución con el fin de encontrarnos. Unas pocas personas chifladas con palabras en la sesera no pueden afectarla y la ciudad lo sabe, y nosotras también. En tanto la mayoría de la población no ande por ahí recitando en voz alta sus libros, no hay peligro…”.

El Proyecto Fahrenheit 451 (las personas libro) busca eso mismo: que la población ande por ahí recitando en voz alta sus libros. Es un verdadero plan. Es más que un proyecto, es un movimiento ciudadano que busca crear una organización siempre abierta, progresiva, sin fronteras ni en el tiempo ni en el espacio, para mostrar que hay belleza, inteligencia y sensibilidad en las palabras de los seres humanos de todas las culturas y abrir con ello un resquicio a la esperanza de encuentro y convivencia.

Truffaut reconoció la importancia de las personas libro y llevó al cine Fahrenheit 451. La gracia del proyecto de las personas libro es que pretende superar la ficción narrativa o cinematográfica, porque, además de la presencia y el cara a cara en la mayoría de las narraciones, utiliza tanto el cine como Internet para defender los libros y la lectura haciendo realidad una ficción. Y todos sabemos que la mentira (que no el engaño) es necesaria para la ficción, porque nos dice que la realidad puede ser de otra manera, incluso podemos plantear la manera que nos gustaría que fuera. Y es que la vida es crónica, porque vivimos con ella hasta que morimos; pero, es crónica también porque es como la contemos.

Este movimiento nace a partir de esta asociación fundada en Madrid y crece, y lo hace en torno a las bibliotecas y para extenderse no necesita dinero sino deseo, ese carburante inacabable que todo el mundo tiene, aunque a menudo tengamos que escarbar para encontrarlo. El movimiento de las personas libro siempre es fruto de una co-elaboración, aunque el texto se elija en la más íntima soledad. Porque es co-elaboración, es sostenible y progresivo; porque no tiene dependencias, sino trabajo compartido que no es asalariado ni explota a nadie. Además, es un movimiento autogestionado, nacido del individuo que busca encontrarse con el otro, el prójimo, el próximo, o aproximarse al lejano.

Y hemos de valorarlo aún más porque ha demostrado su eficacia en uno de los
campos más importantes del ser humano: la educación. Con el esfuerzo de maestras y maestros comprometidos, se han conseguido resultados concretos muy válidos, no sólo para aficionar a los niños y jóvenes a la lectura (ya que aprenden a leer entregando la palabra), sino para que cambie la manera de relacionarse una persona con otra, que se hace más equilibrada y abierta, lo que llamamos proxémica del aula. Al cambiar ésta, cambia la expresión, la oralidad, la mirada; las niñas, niños y jóvenes consiguen precisión en las palabras, una sintaxis más rica, un enriquecimiento del vocabulario, la valoración de los silencios… Y aparece un sano concurso, no entendido como competición sino como encuentro con el otro.

Siempre he dicho que cualquiera puede llegar a ser una persona libro. De hecho, nuestro lema es: “Yo también soy una persona libro”. Para ello, la primera condición es elegir con total libertad un texto que realmente nos haya inquietado o conmovido: un texto deseado. Eso lo puede hacer cualquier persona; además, puede elegir cuantos textos (encontrados en un libro) desee, sin censura alguna.

La otra condición es más exigente y posibilitadora: entregar ese texto con palabra vinculada. Una niña con síndrome de Down la llamó palabras de chocolate fundido. Las usamos cuando tenemos a una criatura en nuestros brazos, o a un amor, o a alguien que se nos está muriendo. Son de las de verdad, de las que nos expresan bien. De las que no se diluyen en el aire ni intentan colonizar a quien las escucha. De las que llegan. Quizá por ello las tememos tanto como las deseamos. Por esta razón, no dejaré nunca de insistir en que, aun siendo muy importante que sean palabras deseadas, lo es más que las entreguemos con delicadeza y eficacia, de tal manera que esa manera de ofrecerlas muestre la manera de vivir que buscamos. Sí, es esencial que cada persona libro, además de elegir textos y hacerlos suyos y compartirlos, se forme en el buen uso de la palabra vinculada. Llevo casi veinticinco años investigándola y nunca ceso de sorprenderme con sus posibilidades.

He de advertir que este movimiento nuestro tan abierto al mundo puede llegar a convertirse en algo anecdótico y simpático, y que su verdadero objetivo es revolucionar las relaciones entre las personas. Pessoa dijo en El libro del desasosiego que “nunca llegamos a otro sino otrándonos”. Si alter significa otro, entonces leer me altera, me otra. Porque el encuentro con el otro, el diferente y por ello peligroso, es la gran tarea del ser humano a lo largo de todos los siglos, y ninguna religión ni cultura explica cómo hacerlo, sino que se limita a mandarlo o a animar a hacerlo. Esta es la importancia de la palabra vinculada. Si miramos y respiramos a quien vamos a hablar, si miramos y respiramos lo que vamos a decir, si miramos y respiramos el hecho mismo de salir de nuestro silencio y compartir unas palabras que hemos hecho nuestras con un esfuerzo asumido, desde nuestro deseo más intimo, que decidimos libremente hacer público; si hacemos así, estaremos llegando al otro, podremos pensar de otra manera, ser más libres, actuar para mejorar la vida. La nuestra. También la de otros. Soy optimista porque todas las personas usamos las palabras vinculadas en algún momento de nuestras vidas. Solo se trata de recuperarlas para la vida diaria, y ser persona libro ayuda a conseguirlo.

Ahora se habla mucho de los mercados, cuando en realidad tendríamos que hablar del mandato del capital y sus lobbies. Si Adam Smith en La riqueza de las naciones argumentaba que la búsqueda individual del máximo beneficio redunda en el bien de la sociedad, y lo hace a través del pensamiento: “Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas” (la teoría en que se sustenta el sistema capitalista, aunque en realidad se trata de “no espero que me des, sino que cojo lo que necesito y más…”), en el caso de las personas libro la busca del deseo propio e íntimo, canalizada en equipo hacia lo público, sí que ha de redundar en el bien comunitario. El principio de Smith quedaría alterado: “Te doy las palabras que deseo y es probable que obtengas algo de lo que necesitas”. Ojalá que el sistema en que vivimos también quedara alterado. Por lo que decimos y, sobre todo, por cómo lo decimos. Nosotras, las personas libro, seguro que sí nos alteraremos, nos otraremos. Siempre. Aunque se trata de un gesto significativo, simbólico, la acción en sí misma va generando bienes colaterales. Ponemos unos paraguas naranjas en el suelo para simbolizar el fuego y que gracias a las personas libro los libros no arden con él. Con ello estamos haciendo una acción pública que se basa en el deseo íntimo y en el trabajo en equipo para mostrar que podemos hacer algo para que las cosas cambien.

Muchas veces hemos observado la cantidad de cosas superficiales que podemos llegar a decir, o el conjunto de estereotipos, frases hechas o clichés con los que nos expresamos. Tantas banalidades en nuestras vidas, tantos lugares comunes anodinos, ponen de manifiesto una gran inautenticidad, como si nuestros actos no hubieran estado motivados por ningún tipo de reflexión, como si la actitud de dejadez en la que a veces nos escudamos fuera la consecuencia de un lenguaje que nos hubiera protegido de ver la realidad. Si nos vemos así, necesariamente aparecemos como insignificantes y ridículos, inauténticos; pero, no lo somos, en absoluto. Nadie lo es. Todo lo contrario. Por ello, no podemos dejar que nos convirtamos en seres gregarios, en personas del montón. Tenemos que ayudarnos unas personas a otras a ser más verdaderas, a no vivir irreflexivamente. ¿Qué hace que lleguemos a convertirnos en seres anodinos? ¿Nuestra ausencia de reflexión? ¿Está relacionada la facultad de pensar con la capacidad de distinguir el bien del mal? ¿En qué consiste pensar?

Pensar es algo que hacen muchas personas diversas, en algunos momentos del día o en algunas ocasiones de su vida. Es algo parecido a lo que hacía Penélope, que tejía durante el día y destejía durante la noche. Pero, a pesar de la ausencia de conclusiones definitivas, pensar nos impide ser crédulos y obedientes. Al pensar, nos habremos vuelto más atentos hacia lo particular, nos habremos alejado de las creencias comunes.

Pero sólo pensar no nos hace libres, porque la libertad se muestra en la acción, en la intervención en el mundo para hacer aparecer algo que previamente no existía. Pensar es un ejercicio de soledad y, en cambio, ser libre es actuar, lo que requiere la participación de otros seres humanos. Pensar y actuar son dos cosas completamente diferentes, pero pueden encontrarse juntas en alguna ocasión.

El Proyecto Fahrenheit 451 (las personas libro) ofrece una ocasión a todas las personas para que piensen y actúen de manera vinculada, y que lo hagan desde su realidad concreta. 



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