Edvard Munch y el silencio




El silencio

Munch era un artista solitario, obsesivo, alcohólico, atormentado. Sus autorretratos hablan de ello: en uno se lo ve sentado ante una botella. En otro aparece enfermo junto a su cama. Es el antihéroe que protagoniza la tragedia de su vida y se adelanta a los demonios que tocan a la puerta del siglo. Años más tarde de la realización de esa obra (El grito) el propio Munch describió el cuadro con unas pocas líneas donde subraya la palabra miedo. 'Corría junto al mar. El cielo y el agua tomaban su color de la sangre. El hombre oyó gritos en el aire y cubrió sus oídos. La tierra y el cielo temblaban y sintió un miedo terrible'. El grito es la plasmación pictórica de la angustia de existir en convivencia con la fractura del universo. También arrima la desesperación, el escalofriante lamento que seguirá pujando antes, ahora y después del acontecimiento artístico.

El grito de Munch le sirvió a Lacan para introducir la Voz en su articulación con su aparente opuesto. Hay un agujero que aúlla, las cuencas de los ojos están vacías (¿ceguera de la humanidad ante sí misma?), el silencio establece un puente delgado con el futuro. Es un mensaje de alerta. El artista subordina la belleza a la expresión. Feo es lo que miente. Bella es la verdad contaminada por el tiempo. 'El grito no se perfila sobre un fondo de silencio -insiste Lacan- sino que, al contrario, surge él mismo como voz enmudecida'. La luz dibuja trazos de oscuridad y desde ahí construye un universo de raras vibraciones.




(Fragmento extraídos del ensayo de Luis Gruss: EL SILENCIO: Lo invisible en la vida y en el arte. Capital Intelectual

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