El iluminador
Por Sandra Russo
Lo había votado, pero a regañadientes. Se votaba sin esperanza. Ni siquiera uno llamaba traición a las traiciones. Eran más bien tradiciones, parecían como las vueltas de la vida o la humedad. Me acuerdo bien del 2003. Con que se fuera Duhalde estaba bien. Llorábamos a Kosteki y Santillán. Y la lucha cotidiana, desde mi trabajo, era intentar hacer ver a los desocupados como hombres y mujeres que hacían piquetes, no como piqueteros. Era hacer ver en los cartoneros a los desesperados, no a los ladrones potenciales.
Estábamos hechos mierda. Eramos ruinas. No teníamos ni trabajo ni orgullo ni líderes. Es sorprendente cómo consiguió ese poder en las sombras, ese siniestro poder que nadie vota, ese que hoy conocemos, convencernos de que todo era más o menos lo mismo, y que era beige. Es sorprendente el daño que le hizo y le sigue haciendo a este país una generación política que no tiene retorno de la entrega irrestricta de sus convicciones.
Creíamos que era inútil esperar cambios de la política, que la política era ese deporte sin reglas que jugaban y siguen jugando tantos. Y mientras todo era lo mismo, nos iban traicionando uno por uno.
En estos años, Kirchner pasó a ser Néstor, un privilegio del lenguaje y de su cercanía, un premio a esas ideas con las que llegó a la Rosada y que llevó adelante contra toda la adversidad que eligió enfrentar. Néstor fue el primer presidente que gobernó este país defendiendo con los dientes los pilares de lo que él concibió como un proyecto nacional y popular, de génesis peronista pero de alcances más amplios, y fue también el que sabía que había que esculpir lo maravilloso sobre la arcilla mugrienta que éramos.
A Néstor le debemos el regreso triunfante y orgulloso de la política. Y si no lo escribo ahora que se murió, no estoy siendo leal con lo que creo. Néstor fue un regalo de la historia, un sobreviviente de una generación decapitada, un disidente de la lucha armada que guardó en su corazón, no obstante, durante años, los sueños de ellos, que eran los mismos que los suyos, los de su compañera y los de tantos y tantos más.
No por casualidad uno de los pilares de su proyecto era el recambio generacional y la formación de nuevos cuadros. Los que nos sacarán de encima la chatura y la ignorancia que hoy reina en el Congreso serán los nuevos dirigentes, los que hoy aparecen de a racimos en el kirchnerismo, pero es de esperar que surjan también en todas las otras fuerzas, para que alguien recoja el guante de la discusión política a la que Néstor nos invitó, y la pluralidad no sea la excusa, como es usada ahora, para asfixiar una vez más un brote de poder popular.
Desde el día en el que hizo descolgar los cuadros de los asesinos, se hizo evidente que él hacía cosas que nadie antes había hecho, y no porque era imposible, sino porque faltaba estrategia, coraje, confianza, autoridad. Le achacan autoritarismo. A la autoridad de un presidente constitucional le llamaban autoritarismo. Siempre le han llamado como quisieron a todo. Néstor nos ayudó a renombrar nuestro mundo, el del nuevo paradigma, el mundo de nuestros sueños.
Recuerdo ahora una columna que escribí justo antes de aquellas elecciones desesperanzadas del 2003, escrita en el dolor del naufragio y la amargura de comprobar que nuestra sociedad se pliega en nichos de profundo individualismo y mezquindad. Se llamaba “Imagino”, y decía que después de todo lo que uno sueña para su pueblo es una vida que incluya el trabajo, un desayuno con algo calentito y pan con miel, un techo, un cumpleaños, un regalo para el Día del Niño. Decía que ahí, en esa escena privada de cualquier argentino vulnerable, en ese movimiento de regreso a la equidad, estaba el motor de nuestros sueños.
Con Néstor descubrimos que esa escena privada que replica la felicidad de un pueblo depende del líder apropiado, pero también de una correspondencia, un intercambio de lealtad entre ese liderazgo y los sectores que representa. Hoy hay una nueva generación de militantes que se suma a militantes de otras generaciones que nunca habían encontrado una expresión política que hablara por ellos. Su entrega final quizá nos diga la importancia de lo que está en juego.
No tengo más que gratitud hacia el hombre que, como un iluminador en un cine muy oscuro, nos señaló el camino, no para hacer inevitable algún tropiezo, sino para advertirnos que sí, que hay un camino.
La suma de sus actos।
Por Juan Forn.
Cuando llegamos a vivir a Gesell con mi mujer y mi hija, hace ocho años, alguien que había elegido este lugar unos cuantos años antes que nosotros nos dio sin darse cuenta un consejo invalorable. “En un pueblo chico nadie es anónimo, todo lo que hacés tiene nombre y apellido”, nos dijo. Y a continuación agregó algo que quizá parezca una gigantesca obviedad, pero para mí ha sido un consejo invalorable, no sólo para nuestra inserción en el pueblo, sino para encarar la vida en general: “Lo que importa es el promedio. Lo que importa es que lo que des prime sobre lo que te guardás”. Entre las infinitas cosas que se dijeron ayer sobre Kirchner, hubo una frase comodín que repitieron unos cuantos: “Ningún hombre público es impoluto”. Yo prefiero la manera gesellina de decirlo: lo que importa es el promedio, y para mí Kirchner sale bien parado de ese balance en todos los escenarios en los que puede juzgárselo. Incluso en lo que queda pendiente, por la sencilla razón de que en los siete años K se hicieron más cosas en esa dirección que en cualquier otro gobierno en mucho tiempo. “¿Cómo te podés conformar? ¿No preferirías algo mejor?”, insistían los que hasta ayer le negaban todo mérito. Pregunta ociosa, además de capciosa: primero debería haber algo mejor, lo que da para discutir un buen rato. Pero incluso en el caso de que haya algo mejor, eso se deberá a lo que se hizo desde 2003 hasta ahora: todas esas cosas que van a quedar cuando nos hayamos olvidado de la hojarasca con que fueron desacreditadas en su momento por el “caranchaje cloacal”, como lo definió ayer con extraordinaria expresividad Federico Luppi.
La oposición que más atónito me dejaba de todas las que generaba Kirchner era la de esa gente que uno pensaba del palo: los amigos que se nos hacían súbitamente irreconocibles por esa crispación irracional, esa necedad con que le negaban no sólo todo mérito sino todo propósito político que no fuese la acumulación de poder por el poder mismo (o, peor, el mero enriquecimiento). La peor de esas necedades fue ver como defecto el mayor acierto de los Kirchner: la decisión de ambos de funcionar como una pareja política, de ocupar la presidencia como una cabina de doble comando. Por eso fue el mejor gobierno que tuvimos en mucho tiempo: porque eran dos, porque eran diferentes, porque supieron desdoblarse de tal manera que es imposible saber a ciencia cierta cuánto hubo de uno y cuánto del otro en cada una de las buenas decisiones que tomaron.
La más miserable y asqueante de las cosas que se dijeron en estas horas sobre la muerte de Kirchner (a mi gusto peor que las de Rosendo Fraga, Van der Kooy, Julio Blanck, Lanata, Cobos, Bergoglio y siguen las firmas) la dijo Morales Solá en La Nación. Simulando ofrecer información fidedigna, dice que el encuestador en quien más confiaba el Gobierno llamó “desesperado” cinco días antes de la muerte de Kirchner porque acababa de concluir una encuesta a nivel nacional que daba resultados no sólo negativos sino irremontables para el Gobierno. “No hay ninguna posibilidad de cambiar el curso de las cosas, hermano. Esto está terminado”, dice Morales Solá que concluyó el conocido analista. Y agrega: “Una vida sin poder no era vida para Néstor Kirchner. Por eso, quizá, su vida y su poder se apagaron dramáticamente enlazados”. ¿Qué diferencia hay entre ese supuesto ejercicio de análisis político y el inmundo mensaje anónimo que circuló por Internet ayer, pocos minutos después de conocerse la noticia de la muerte de Kirchner: “Primer resultado del censo: hay un hijo de puta menos”?
Es evidente que Kirchner se murió porque no quiso, no supo o no pudo aflojar la autoexigencia con que trabajaba y hasta respiraba. Pero no fue ni ahí porque se rindiera, porque creyera que había perdido. En todo caso fue porque, con su legendaria vehemencia, se dio cuenta de lo que hacía falta a partir de ahora. Quizá sintió que no era tan malo morirse si así le abría más camino a Cristina; quizá tuvo los huevos de acero de pensar que sólo así la sociedad podría entender de una vez todo lo que se ha hecho bien en estos años; quizá supo que no había otra forma de que se nos hiciera más nítida la idea de futuro que él tenía tan clara y al resto tanto nos cuesta imaginar. De todas las maneras que existen de honrar la memoria de un muerto, la mejor es sentirlo presente por la suma de sus actos. Y eso es lo que buena parte del país está sintiendo hoy por Néstor Kirchner.
De Aníbal Fernández a Néstor Kirchner
“Qué día tan triste Dios. Inmensamente triste”, fue el título de la carta que le escribió el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, a Néstor Kirchner.
“Unicamente comparable con el día que murió mi viejo. Y en la medida que se me hace carne el hecho de saber que no lo volveré a ver, más triste me pongo, sin consuelo. Desde que el Ruso me llevó a verlo a fines de 2002 para subirme un par de meses después al avión que lo llevaba a un acto de campaña en Paraná para no bajarme más, no he dejado de admirarlo y con el tiempo de quererlo entrañablemente. El lo sabía muy bien”, escribió.
“Me conmovía ese determinismo calvinista exhibido en cada una de las cosas que emprendía. Increíblemente convencido y convincente. Lo acompañé, lo escuche, lo vi actuar. Un cuadro político inigualable. Cabrón, vehemente, con la velocidad de un rayo, guapo, decidido, buena leche, buen amigo y un brillante jefe y maestro. El mejor. Con un futuro lleno de cosas por descubrir pero plagado de política. Todo para la política. Y hoy viene a morirse. ¿Cómo sucedió semejante cosa? Eso no estaba en los planes ni de él ni de nadie. No encuentro respuestas. Escribo, lloro como un boludo y no encuentro respuestas. Flaco querido, ¿entendés que no tengo consuelo? Estoy viejo para pendejadas, pero no tengo consuelo. ¿Vos crees que es por la política? No. Sabés que la Señora es la mejor por lejos y seguirá profundizando ese modelo. No. No es por la política. Es porque vos no estás, no estarás y eso me parte al medio. Y no tengo consuelo. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué? No lo sé, no tengo respuestas, juro que no las tengo. Te quiero mucho, Flaco, que Dios te bendiga.”
› EL LEGADO QUE DEJA NESTOR KIRCHNER
El Presidente que cambió el paradigma
Intendente, gobernador, presidente, su proyecto siempre fue reelecto. En el gobierno puso en discusión temas que los demás esquivaban.
Por Mario Wainfeld
El ex presidente Néstor Kirchner murió ayer, en El Calafate que tanto amaba y tanto lo sedaba, en pleno protagonismo, cuando tenía apenas sesenta años. Es difícil encontrar un parangón histórico con la desaparición de un líder de su porte, en tales circunstancias. Raúl Alfonsín falleció hace poco; el impacto y la emoción fueron grandes, tanto como el reconocimiento. Pero al líder radical todo le llegó cuando estaba en el ocaso de su carrera, cuando ya no era un protagonista de primer nivel. Tal vez el parangón más cercano sea la desaparición de Juan Domingo Perón durante su tercer mandato: una figura central, en torno del cual constelaba la política, que ordenaba (por así decir) amores, odios y alineamientos. Pero hay una diferencia sideral con esos días, que alude al legado que deja Kirchner. Sin Perón, era evidente que la Argentina se encaminaba, irremisiblemente, a una situación peor y su fuerza a una crisis fenomenal. Kirchner deja el centro de la escena en un país gobernado y gobernable. Con una economía y una situación social sustentables, con previsibilidad política. En el ’74 la política era colonizada por la violencia; en 2010 se cumplen varios años de paz social muy grande (para los parámetros argentinos) y con un rumbo mejorable (como todo) pero racional. Kirchner llegó a la Casa Rosada en un país devastado, se fue en otro, aún cargado de deudas sociales y contradicciones pero indeciblemente mejor.
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Gobernante ante todo: Fue un político hasta su última hora. La noche del martes se pasó mirando números, encuestas, datos económicos, fatigando su celular. Antes que nada, fue un hombre de gobierno: recorrió todo el escalafón de cargos ejecutivos, su lugar en el mundo. Intendente de Río Gallegos, ganando su primera vez por un pelito. Después, gobernador de Santa Cruz. Siempre fue reelecto, dato digno de mención. Llegó a la presidencia cuatro años antes de lo que indicaban su ambición y su férrea voluntad, por uno de esos raros azares felices de nuestra historia. Accedió con votos prestados, con mínima legitimidad, en una nación devastada y acomplejada que apenas empezaba a levantar cabeza. Figura dominante de este siglo, captó como nadie el significado de la catástrofe de 2001, su génesis, el arduo y escarpado modo de irla repechando. El “que se vayan todos” expresaba el descrédito de la política pero no le ofrecía salida. Sin gobierno, sin Estado, sin conducción, sin dinero en caja, con casi tantas monedas como provincias, sin poder político, nada sería posible. Una población abatida, con millones de desempleados, hogares destrozados por la falta de trabajo, falta de fe individual y colectiva lo recibían. Casi nadie lo conocía, lo que incluía a muchos que lo habían votado, por descarte.
“Que se vayan todos” era un síntoma de la imperiosidad del cambio, un rechazo al pasado cercano pero no un programa de salida. Kirchner captó ese doble mensaje: supo (o mejor, decidió) que era acuciante reparar los daños causados por la dictadura, por el entreguismo desaprensivo de los ’90, la anomia del gobierno aliancista, la sumisión a los organismos internacionales de crédito. Reconstruyó el Estado, compensó los poderes fácticos acrecentando el del gobierno popular, designó a los culpables de la caída. Los fustigó con su palabra, atropellada pero clara al designar adversarios y enemigos. Polarizó y politizó, son virtudes, quedando para la polémica las dosis o las proporciones.
Pero, además, edificó un paradigma distinto. A su modo, con vectores claros y simples, eventualmente esquemáticos. Como un maestro mayor de obras, que erige una casa sencilla, eventualmente con paredes algo chingadas, pero habitable.
Había que reparar, había que compensar a las víctimas del terrorismo de Estado y de la desolación económica. No era ése el menú de moda en la Argentina, fue el que eligió, al que apostó con pocas barajas en la mano y no tantas fichas. Lo marcó asimismo la sangre derramada en los finales de los gobiernos del radical Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde también: debía cesar la violencia represiva, que minimizó a niveles únicos en la historia y mantuvo permitiendo un grado de movilización altísimo, que a menudo le jugó en contra.
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Giro: Se le reprocha haber cambiado su postura respecto del terrorismo de Estado, de las políticas económicas precedentes. La supuesta incoherencia fue uno de sus mayores méritos, pues (como Alfonsín en sus primeros tramos) recorrió la parábola inversa a lo que predicaba la cartilla de los gobernantes, la que observaron el menemismo, la Alianza, el propio Frepaso. La que indujo a Carlos Reutemann a aterrarse ante la perspectiva de ganar lo que, parecía, equivaldría a reprimir, bajar salarios, endeudar al fisco. Kirchner viró a izquierda, hacia un creciente protagonismo estatal, porque comprendió que se atravesaba una nueva etapa.
Combinó lo concreto con lo simbólico, seguro que con trazos gruesos. La remoción de la Corte Suprema menemista por una de mayor calidad, la derogación de las leyes de la impunidad, la bajada del cuadro de Videla, la reapertura de la ESMA, la relación más estrecha que jamás tuvo gobierno alguno con los organismos de derechos humanos vienen en combo.
También, en otro carril, el desendeudamiento (acordado en simultáneo con el presidente brasileño Lula da Silva), la virtual ruptura con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la decisión de poner el acelerador a fondo en la economía, la creación de puestos de trabajo, la ampliación de la masa de jubilados. Todas esas acciones enfrentaron críticas lapidarias, anuncios de catástrofes, aplazos desde academias del saber o desde grupos de interés.
Los grandes humillados del cuarto de siglo que precedió su desembarco en la Rosada fueron su centro de atención: los trabajadores, las víctimas del terrorismo de Estado, los argentinos en su conjunto privados de autoestima y de conchabo.
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Economía política: Su concepción económica, que signó la etapa, es acendradamente política y uno de sus más claros lazos de parentesco con el primer peronismo. El crecimiento a todo trapo, el acelerador siempre a fondo, la promoción del consumo y del empleo conllevan un objetivo político y democrático. Estaba compelido a conseguir consenso, en parte para su proyecto político pero, especialmente, para recuperar gobernabilidad y estabilidad. La satisfacción de necesidades primarias, la posibilidad de acceder a bienes necesarios o algo suntuarios y al trabajo fueron su camino hacia la popularidad. Seguro que faltó equilibrio con otras variables, sobre todo en los últimos años, pero mete miedo pensar qué hubiera pasado sin un gobierno valorado, sin un Estado sólido, sin reservas financieras. Se cortó la continuidad decadente que destruyó la trama social entre (por lo menos) 1987 y 2002.
Pasar del desempleo al trabajo, tener unos pesos en el bolsillo y menos miedo sobre el porvenir acrecienta la autoestima, desbaratada en décadas de desvaríos.
Contaba que siendo joven, cuando salía de noche, su padre le preguntaba si tenía dinero y le daba unos pesos más, no para gastarlos sino para estar seguro. Cifraba así su propia economía política. En pocos años la Argentina disminuyó su deuda externa a niveles manejables (que aliviará a gobiernos futuros), solidificó a la AFIP y la Anses.
La puja distributiva volvió a estar en agenda, con avances institucionales que desde otras banderías se subestiman, se niegan o se detestan. Las convenciones colectivas anuales, siempre en alza, las reformas laborales progresivas sí que insuficientes, la consolidación del sistema jubilatorio forman un haz de aportes innegables. Ahora, en el purgatorio, se debate en detalle cómo cualificar esos logros, cómo redistribuir mejor, cómo elevar el piso. Cuando se estaba en el sótano, unos cuantos discutían el rumbo.
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Las cifras, el consenso, la derecha: Las cifras que enunciaba a granel (PBI, reservas, índices de crecimiento y de empleo en especial) fueron su obsesión y su fuerza. Gobernante de una crisis a la que apodó, sin mayor exageración, “el infierno” centró en ellas su atención, su gestión y una fracción relevante de su deseo. Timonel vigoroso, derivó hacia “el Purgatorio”, en un tránsito que no fue pacífico. Una derecha sin referencias políticas lo acechó siempre. Se olvida a menudo, pero la emergencia de Juan Carlos Blumberg sucedió pocos días después del inolvidable 24 de marzo de 2004. El crecimiento general, el renacimiento de las economías regionales, los costados virtuosos del “modelo” con paridad cambiaria competitiva, creación de puestos de trabajo, obra pública y acumulación de reservas le fueron ganando, si no apoyos militantes, consensos muy extendidos. En la emergencia, casi todos se aferraron al capitán de tormentas, incluyendo a las patronales, que mayormente se la llevaron con pala. Rabiaban por el ascenso de los trabajadores, por tener que pulsear en las paritarias pero acompañaban.
De un presidente ignoto, sin caudal propio, pasó, en dos elecciones seguidas, a una mayoría holgada, propia. En ese devenir, descuidó el armado político y desnudó limitaciones para ciertas destrezas políticas: contener a los propios, acariciar a los dudosos, formar nuevos cuadros, movilizar. Así, llegó en auto a las victorias de 2005 y 2007, tras redondear la mejor presidencia habida desde la primera de Perón.
En pos de la gobernabilidad se fue arrimando al peronismo y al movimiento obrero, dejando de lado su proyecto de transversalidad, que incluía una etapa superadora del bipartidismo. En parte fue porque el ensayo encontró límites fuertes, algunos derivados de impericia, otros de falta de peso de los nuevos aliados. En cualquier caso, afrontó un dilema complejo, con soluciones imperfectas en ambos casos. Hombre de gobierno, se inclinó por la que remachaba la continuidad y la estabilidad. Siempre será polémico el saldo, nunca será redondo. En la galaxia peronista, su aliado más fiel y rendidor fue la CGT conducida por Hugo Moyano, en una relación que mejoró a ambos socios, dejando heridos y asignaturas injustamente pendientes, como el reconocimiento de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).
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De la desconfianza a Unasur: Patagónico, desconfiado, formateado en una provincia donde todo se hace con esfuerzo propio, la política internacional le resultaba distante y hasta la sospechaba de distractiva. Supo cambiar de parecer al internalizar la necesidad de una política regional, que diera carnadura a su relato antiimperialista, irrealizable desde un solo país. También, acierto fundante, se percató de que Brasil y Lula (el mejor colega que podía tener allí) eran aliados estratégicos de la Argentina. En la Cumbre de las Américas de Mar del Plata le tomó el gustito al juego político. La vulgata dominante narra que Argentina se “aisló del mundo”, un disparate de aquellos. Jamás comerció con tantos países, jamás se ligó a tantos mercados. Y, además, jamás jugó un rol de equilibrio y pacificación en América del Sur. Argentina y Brasil primaron con activismo y compromiso para que Evo Morales fuera presidente, para que la rosca de derecha no lo derrocara, para evitar la guerra entre Colombia y Ecuador, para intentar frenar el golpismo en Honduras y para frenarlo en Ecuador.
La mejor relación que haya existido jamás con Brasil, con Chile, con Bolivia, con Venezuela, con Paraguay. El conflicto con Uruguay fue un retroceso en ese avance global, felizmente remendado bajo la gestión de Cristina Kirchner y el presidente uruguayo José Mujica.
También hubo trato privilegiado con España y una relación sensata, sí que gratamente autónoma, con Estados Unidos.
La presidencia de Unasur es otro vacío difícil de llenar. Lograda con unanimidad expresa una verdad negada por la conjura de los necios: la valoración de Kirchner trasciende las fronteras. Para Lula, para Hugo Chávez, para Michelle Bachelet, para Evo Morales, para Correa, fue un aliado de fierro y un compañero. Los demás presidentes, de otras pertenencias, reconocieron a una figura de primer nivel, a despecho de las diferencias.
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Cambio de roles: Desde el vamos, desde cuando su revalidación parecía una quimera, predicó que no iría por la reelección. Recelaba del desgaste, de la fatiga ciudadana, hablaba de una necesidad de mayor institucionalidad y menos combate. Cristina Fernández, de cualquier forma, llegó en tono de reelección que los escasos cambios de su gabinete convalidaron. El color peronista del apoyo electoral signó esa decisión.
El mandato de la Presidenta fue mucho más tormentoso que el de su predecesor. Es en parte lógico: superada la malaria y recobradas las fuerzas, muchos actores incrementaron sus demandas. En parte hubo descuidos del Gobierno. En parte, muy sustancial, la agenda institucional fue mucho más ambiciosa y fundante que la de Kirchner.
Cristina y Néstor Kirchner siempre actuaron en tándem desde 2003. Pensaban muy parecido, acordaban en casi todo. Pero el cambio de roles le costó al ex presidente, que perdió muñeca política y capacidad de negociación. Fue más intransigente y menos dúctil frente “al campo” que contra Blumberg o que negociando con los vecinalistas entrerrianos o que en las tratativas con el FMI.
Las retenciones móviles y la derrota electoral de 2009 dieron la impresión de final de ciclo. Los vaivenes del electorado son siempre dignos de atención, máxime para una fuerza populista. La reacción de la Presidenta combinó un temple enorme con la sagacidad de ampliar la agenda propia. Siempre politizando y polarizando pero buscando apoyos externos, consagró cambios institucionales notables, ajenos a su imaginario años atrás. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual hasta la demasiado demorada Asignación Universal por Hijo, pasando por la reestatización del sistema previsional fueron jugadas tremendas, arriesgadas, progresistas que importan (en los hechos más que en el discurso) autocríticas y correcciones de gran nivel.
En su sube y baja, el kirchnerismo quedó con menos apoyos difusos y más consistencia ideológica. También congregó militantes, en especial jóvenes, promovió organización y se consagró más a disputar el debate mediático.
En trance de mayor debilidad, jugó doble contra sencillo. En eso está ahora, siendo por lejos la primera minoría política, la que saldría puntera en la primera vuelta electoral, la que tiene mayor capacidad de movilización y de “calle”, la que imanta más adhesiones de artistas, trabajadores de la cultura y bloggers.
Con ese patrimonio, importante y aún no suficiente para lograr la proeza de tres mandatos consecutivos, llega la muerte de Néstor Kirchner.
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Desafíos: El inventario se hace interminable, acaso por impericia del cronista pero también porque hablar de Kirchner es sumirse en todas las controversias de ayer, de los próximos meses o años. Sin agotar la enumeración, cabe consignar entre los aciertos el aumento del presupuesto educativo y el matrimonio igualitario. Y entre los errores, la erosión del Indec, tan contradictoria con la tendencia general de defensa del Estado y lo público.
Un líder como Kirchner es irreemplazable y, al unísono, no tiene reposo. No sólo porque el hombre era poco afecto a parar sino porque los grandes referentes siguen batallando después de muertos.
Su lugar vacante potencia la ambición de sus adversarios, la barbarie gorila que ya empezó aflorar, el odio de una derecha recalcitrante que esta nota prefiere apenas mentar. En ese aspecto el adiós de Kirchner parece, por ahora, más semejante al de Evita, por el odio de “los otros”, que al de Perón.
La Presidenta, en un momento cruel de su vida, afronta el enorme desafío de proseguir sin su compañero de vida y de luchas. También pierde a un político fundamental, a quien todos respetaban o temían o valoraban. A un alquimista que sabía contener, motivar y conducir a dirigentes, militantes y personas de a pie.
El tándem funcionó con dificultades pero era un bastión, que en los últimos tiempos había logrado el ascenso muy parejo de ambos (con leve supremacía de la Presidenta) en imagen positiva e intención de voto.
Sobreponerse al dolor personal y a la pérdida política, mantener la gobernabilidad, contener a la fuerza propia y sumar parecen retos gigantescos. En más de tres años la Presidenta ha combinado, más vale, aciertos y falencias, aunque siempre demostró aptitud para remontar las cuestas más adversas.
Cuando Kirchner advino al poder, lo informó Horacio Verbitsky en este diario, José Claudio Escribano le dio un ultimátum y un programa, que el entonces presidente rechazó de volea. Ayer, en La Nación comenzaron a pasarle letra a la presidenta Cristina para que desista de su proyecto. La primera vez creían lo que hacían, ahora es pura parada. Todos saben que ella sostendrá sus principios y su norte.
Cuando las corporaciones, sus adversarios políticos y algunas personas vulgares festejan, el cronista recuerda a uno de ellos, el ex presidente Eduardo Duhalde. En 2003, dos periodistas de Página/12 le preguntamos si Kirchner sería su Chirolita. Duhalde respondió “los que dicen eso no lo conocen. Y menos la conocen a Cristina”. Ahora, hay menos motivos para dudar de su templanza y su vocación de militante y dirigente.
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Dolor: Es una sandez hablar de un potencial veredicto de “la historia”. La historia es política: en la Argentina no se han saldado debates sobre Rosas o Perón, menos se llegará a la unanimidad sobre Kirchner.
Confrontativo, por vocación, por estilo y porque gobernar es definir conflictos y aún atizarlos, Kirchner fue llorado ayer y seguirá siendo llorado por muchos pero no por todos. Ayer una muchedumbre colmó la Plaza de Mayo, espontánea y sufriente, en esa Capital de la que desconfiaba y que jamás lo apoyó.
Entre los que lo lloran la mayoría son humildes, muchos son jóvenes que recuperaron la sed por militar. Lo lloran las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, los integrantes de la comunidad gay, cantidad de artistas y trovadores populares.
Su nombre será bandera y todos ellos tratarán de llevarla a la victoria, a la continuidad, a la coherencia.
Se lo llora y ya se lo añora en la redacción de este diario, que clamó desde su primer día por banderas que en su gobierno se plasmaron en conquistas, leyes, procesos y condenas a genocidas.
Ya lo extraña este cronista, que lo conoció en su labor profesional, lo respetó y quiso más de lo que marca la regla de la ortodoxia del “periodismo independiente”. Lo que nunca impidió discusiones, críticas o señalamientos que forman parte de la lógica del trabajo y de la política.
A la Presidenta, a su familia, a sus compañeros y a los que lo lloran van el abrazo y el saludo en un cierre tan heterodoxo como sentido.
Néstor y lo que se viene
Por Mempo Giardinelli
Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo y necesito expresarlo.
Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen “disidentes”. Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudy y Dani. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están emitiendo mailes de alegría feroz.
Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.
Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser embajador argentino en Cuba.
Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.
Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar diferencias. Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:
- El que cambió la política pública de derechos humanos en la Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen estar “hartos” del asunto, como otros criticaron siempre que era una política más declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.
- El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después la Corte no ha sabido cambiar a la Justicia argentina.
- El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los ’90.
- El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.
- El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer la verdad y castigar a los culpables del genocidio.
- El que cambió nuestra política exterior terminando con las claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.
- El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.
- El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente más atrasados del país.
- El que cambió radicalmente la política de defensa, de manera que ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes, democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su historia.
- El que inició una gestión plural en la cultura, que ahora abarca todo el país y no sólo la ciudad de Buenos Aires.
- El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía le falta mucho pero hoy permite recaudaciones record.
- El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política nacional y con record de divisas.
- El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el Estado la previsión social.
- El que con la nueva ley de medios empezó a limitar el poder absoluto de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza de millones de compatriotas.
- El que impulsó la ley de matrimonio igualitario y mantiene una política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.
- El que gestionó un crecimiento económico de los más altos del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de éstos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.
Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos kirchneristas, o nos lo impide.
Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores y el riojano ídem.
De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el ’46 y el ’55, produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida nacional.
A ver si alguien puede decir lo contrario.
De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado, contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.
Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol, y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como “indispensable” y otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.
Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente “Los K” y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como “Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina”.
Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y aguante Cristina. Que no está sola.
Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en nuestras vidas y en este país?
Opinión
Acá estamos
Así es, amigos.
Apoyar y ayudar más que siempre.
Muchos han sido los logros.
Mucho queda por hacer, combatir y ganar.
Salimos del corralito;
no nos endeudamos por primera vez en la historia ni un centavo más;
se pagó al FMI;
se eligió una mujer como Presidenta de la Nación;
se implementó la asignatura universal por hijo;
se aumentó el nivel de escolaridad;
se creó una ley de medios para controlar a los que nos quieren decir lo que tenemos que creer (porque pensar, nunca quisieron que pensáramos por nuestra cuenta);
se procesó y encarceló a los asesinos y criminales que casi terminan con nuestra generación;
se aumentó el sueldo a los jubilados varias veces,
se luchó contra los arrogantes terratenientes rurales de toda la vida,
se implementó el casamiento de gente del mismo sexo,
se recibió a un país con una reserva de 8000 millones de dólares y se batió el record con 54.000 de reserva después de haber pagado los 6000 que no dejaban usar,
se “desprivatizó” el Banco Central;
se encontraron a más nietos de desaparecidos;
se desenmascaró al negocio grande de algunos, para convertirlo en asunto de interés nacional, no de un partido, sino nacional;
se le sacó tarjeta a gente que tiene hijos de de-saparecidos y no lo quiere admitir;
se siguió luchando por todo esto aun con tanta gente y tanta energía en contra;
se festejó el Bicentenario de nuestra independencia en paz y armonía.
Todo esto y mucho más se hizo para nuestro país.
Para los que apoyan y para los que están en contra. Se hizo para todos.
Más allá de futuras elecciones, lo que se hizo está y, una vez más, está para todos.
En todo esto, con sus aciertos, errores, limitaciones, ambiciones (seguramente buenas y malas como las de casi todos nosotros), acciones y gestos acertados e inacertados, NESTOR tuvo mucho, pero mucho que ver.
Al que le guste bien, y al que no también.
Todavía nos queda mucho por hacer.
Solucionar problemas de vivienda, desempleo, salud, energía, transporte.
Erradicar la inseguridad, la pobreza, el analfabetismo. Que Internet sea accesible para todo el mundo, que cada chico tenga una computadora,
que los trabajadores puedan recibir un porcentaje de las ganancias de las empresas, saldar la deuda. Pucha si nos quedan cosas por arreglar y mejorar.
Pero no dejemos de ver todo lo que se hizo y lo importante que fue NESTOR para que eso ocurriera.
Más que siempre, ayudar y apoyar.
Es un gran momento en la historia del mundo, del país y de Latinoamérica.
La Unasur se quedó sin presidente.
Cristina se quedó sin su par creativo, sin su compañero de vida.
Tenemos que estar. Estar para apoyar y ayudar a seguir adelante con nuestro hermoso país.
Como a NESTOR, y a cualquier hombre de buena voluntad le gustaría y como Cristina necesita más que nunca.
El corazón nos protege.
Nuestras ideas nos guían.
Acá estamos.
Opinión
El tipo que no arrugó
Obviamente, esto no me genera nada dulce ni agradable. Es un golpazo porque era un referente político importante. En lo que a mí respecta, y por lo que he vivido, fue uno de los políticos más importantes de las últimas décadas. Cívicamente corajudo y con vergüenza política, capaz de enfrentar ciertas cosas con lenguaje directo, un poco a cara de perro, campechano, y a veces remando en situaciones muy complicadas, muy duras. Me impresionó mucho cuando hizo bajar los retratos. Me pareció una forma de simbolizar el inconsciente de un país de manera viril y frontal. Y eso me dio la pauta de que había algo ahí que tenía que ver con la decisión, con la ejecutividad, con ver las cosas con perspectiva. Cuando pidió que descolgaran el cuadro de Videla fue la primera vez que como habitante de esta Argentina en la que envejecí viendo presidentes cagones, cobardes, mentirosos y truchos, vi a un tipo que se puso los pantalones y dijo lo que tenía que decir. ¿Por qué? Porque él era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Vi en situaciones similares a presidentes como Alfonsín o De la Rúa arrugar hasta la médula. Kirchner era un animal político de verdad: tenía el instinto y la capacidad de piloto automático de navegar en medio de tormentas. No exagero nada, no soy nada afecto a las pleitesías políticas, pero de verdad desaparece un referente importantísimo de la Argentina, no solamente por el gobierno que hizo sino porque además en ningún momento dejó de plantear las cosas con la frontalidad con que podía hacerlo. Era capaz de conversar mano a mano, campechanamente, sin ningún tipo de solemnidad. No era un rasgo populista sino de llaneza intelectual y capacidad afectiva. Como hombre político, arrancó la primera magistratura con un delgadísimo porcentaje de votos, con aquella interferencia estúpida y canalla de Menem. Y con ese caudal de votos mínimo, sin embargo, muñequeó, manejó la cosa, se enfrentó al FMI, creó instancias de negociación realmente importantes. Supo plantear políticamente la no dependencia del Fondo, el quite de la deuda. Me da la impresión de que sabía qué quería y se basaba únicamente en el aprecio y en la confianza en la masa, en el público, a la manera griega. Es un momento en el que hay que estar muy atento, muy alerta y muy lúcido porque va a haber una avalancha catártica de canallaje político que va a decir de todo y utilizar esto como una manera de retrasar y negativizar el proceso. Es un momento duro y espero que su mujer tenga el ánimo, el coraje, la fuerza y hasta la capacidad de llanto para poder superarlo.
Aseveraciones lógico-políticas
1. Néstor Kirchner no era Perón. 1.1. Perón dejó como sucesores a una Presidenta inepta y a un criminal paranoico. 1.2. Néstor Kirchner compartió su vida y deslizó la presidencia en manos de un valioso cuadro político, de una mujer fogueada y hecha en la gran política. De una mujer de excepcional inteligencia. Se me perdonará esto: pero estudié la carrera de Filosofía y ahí recibí mi título. Dediqué mi vida a la filosofía y a la literatura. Sé cuándo alguien sabe pensar. Ningún presidente de la historia argentina pensó con el rigor y la inteligencia de Cristina Fernández.
2. Perón, al regresar, dedicó sus mayores afanes a perseguir y aniquilar a los jóvenes del peronismo, armados o no. Evidentemente el padre Mugica, asesinado por Rodolfo Almirón de la Triple A, organización construida a la vista (aprobatoria) de Perón, no era un hombre armado ni clandestino. (Menos aún lo mataron los Montoneros, como dicen algunos pérfidos que buscan aliviar las culpas de la Triple A. ¡Valiente tarea, qué cercanos se sentirán a ella!) Tampoco lo era Enrique Grynberg, que manejaba un Ateneo en Saavedra. A Kirchner la muerte lo sorprende en pleno diálogo con la juventud. En plena construcción de una de las cosas que hoy más necesita el justicialismo: la construcción de la militancia territorial. 2.1. Cuando murió Perón, el establishment se asustó, y mucho. Porque el tercer Perón era un guerrero del establishment que, para beneficio y alegría de ese sector con el que tan bien negoció, le estaba haciendo la tarea sucia. 2.2. Con Néstor Kirchner, buena parte del establishment y las clases altas y las clases medias altas festejan jubilosos. Hubo censistas que ya hoy llegaron a casas que estaban con las puertas abiertas y festejando. En muchos hogares, hoy, ya hoy, con el cadáver del ex presidente aún tibio, se festejó con champagne. 2.3. Seguramente también en muchas editoriales. Se podrían dar nombres, pero no es el momento y –además– todos los conocen.
3. El vicepresidente de Perón era su esposa, sumisa, a él y al monje umbandista Daniel, asesinos ambos. La sucesora y compañera de vida de Kirchner es Cristina Fernández. Su vicepresidente es un traidor y ayer le añadió a la traición la mentira, que son hermanas de sangre, que van juntas porque traicionar es mentir y gravemente. Tuvo ayer el exasperado caradurismo de decir que había muerto un gran presidente. ¿Por qué le clavaste un cuchillo en la espalda al proyecto de un gran presidente, Cobos? ¿También esa crueldad, esa torpeza, esa traición al país le hiciste? 3.1. Cristina Fernández es de esos seres humanos que se agrandan ante la adversidad. La verán llorar. ¿Cómo no va a llorar al compañero de una vida? Y como una mujer. O como cualquiera. Cualquier ser sensible lloraría en una circunstancia semejante. Yo, ni lo duden. Lágrimas lacerantes. Pero Cristina es notoriamente fuerte. La desdicha le dará poder. La desdicha la hará todavía más dura en la lucha. No festejen tanto, señores. Acaso ni sospechen lo que tendrán que enfrentar de aquí en más. Por otra parte, si Cristina (se decía insistentemente) carecía de carisma, conseguía adhesiones por su inteligencia pero no por su ternura o por su feminidad o lo que sea. (No creo en esto, pero aceptémoslo.) Ahora, el pueblo verá en ella a la mujer que se quedó sin su hombre. A la mujer sola. A la que sola se las tiene que arreglar. A la que hay que seguir, querer y respaldar para que el país conserve su rumbo. “No se nos puede quebrar”, dirán muchos. “Pobre, qué mala suerte. Perder a un marido tan joven. Tan necesario para ella. Un marido al que tanto quería.” Lloverán las flores y las adhesiones emocionales. Pero hay que transformarlas en militancia. 3.2. Hoy, más que nunca, la militancia juvenil tiene un papel esencial. Al que aparezca con alguna teoría que recuerde a la lucha armada y al foco insurreccional de los ’70 échenlo a patadas. Esas posiciones llevaron a la muerte a una generación entera de militantes a lo largo y a lo ancho de América latina. La lucha militante (la única) es de superficie, de cara al sol, como quería morir José Martí y también como quería vivir y vivió (era porque sabía la belleza de vivir de cara al sol que así quería morir). De cara al sol significa: nada de clandestinidad, nada de armas, se triunfa cuando se transforma el número en fuerza, pero no en fuerza armada. En fuerza militante, territorial, cuando se habla con la gente, cuando hay un proyecto para ser comunicado, un proyecto que convenza al militante y le dé fuerzas para convencer a los demás. Lo esencial del proyecto sigue siendo: la unidad de América latina (el Mercosur, no el ALCA). El fortalecimiento del Estado para que defienda a los débiles ante la voracidad de los monopolios. La diseminación de lo mediático. Lo que significa –tanto aquí como en Estados Unidos y en cualquier país que luche por la democracia de la información– muchas voces que hablen, que tomen la palabra, que informen diferenciadamente si es necesario de la uniformización de la palabra de la unicidad monopólica, que informa desde una sola verdad, la propia. O sea, no informa. Difunde sus intereses. El Banco Central para los intereses argentinos. Orgullo y poder y ni un atisbo de sometimiento ante el FMI y cualquier entidad de la prepotente banca extranjera que busque utilizar al país en la timba de sus intereses. Diálogo a fondo con todos los que quieran dialogar. Unidad nacional en medio de la diversidad. Que esa diversidad no se transforme en antagonismo. O, al menos, que exprese el razonable disenso de la democracia. Basta de odios. Basta de libracos difamatorios. Basta de tapas insultantes. Respeto de las Madres y a las Abuelas de la Plaza de Mayo, que nadie más tenga la inmoralidad de siquiera sugerir que una mujer como Estela de Carlotto (que recuperó para la vida verdadera 102 nietos apropiados por el poder desaparecedor) sea tildada desde una revista hipercomercial de hacer lobby para ganarse el Premio Nobel. Esa es una mentira y una falta de respeto. ¿Rescataron ustedes 102 niños? ¿Qué hicieron ustedes además de querer vender revistas a cualquier precio, aun al precio vil de injuriar a las Abuelas de Plaza de Mayo y a Estela de Carlotto? 3.3. Cristina Fernández no queda sola. Tiene a su alrededor cuadros de gran valía. De gran inteligencia. Voy a dar algunos (sólo algunos nombres): Juan Manuel Abal Medina (h), Marcos Zanini (¡vamos, negro!, ¡respalde a la Presidenta con todo lo que usted tiene y sabe: lucidez política amasada a lo largo de años y polenta), Daniel Filmus, brillante intelectual, Aníbal Fernández, el político jauretchiano: nadie desde Jauretche usaba el humor en la política como él lo hace (y no me vengan con los chismes de letrina de lo que fue o lo que no fue: los hombres, en esta Argentina dramática, importan por lo que son y por lo que hoy están dispuestos a hacer). Y muchos más. Y todos los pibes, que cada vez son más. Y que –contrariamente a lo que les ocurría a los jóvenes desde el ’80 hasta el 2000– hoy le encuentran un sentido a su vida en la militancia, en la política.
4. Todo esto y más también tiene usted, Presidenta, para gobernar este país y llevarlo a buen puerto. No es poco. Eso, unido a su talento, a su fortaleza duplicada por la mala mano que Dios (que, de argentino, disculpen, pero: nada) otra vez nos ha dado, le otorgará a los que ya la apoyaban y a los que de aquí en más verán que apoyarla es la única salida para el país y que, por otra parte, usted lo merece, la decisión de estar a su lado, en esta hora amarga pero también en esta impecable coyuntura en que los bravos, los que no bajan los brazos, los que no se dejan vencer por las adversidades que el destino siempre trae, duplicarán sus fuerzas para tratar, al menos, de estar a la altura de las suyas.
Un político abismal
Como entró en la gran escena política, así se fue, de súbito. Protagonizó años decisivos de la vida nacional que no serán olvidados fácilmente. La mitad de su formación política provenía de las formas tradicionales y los cenáculos previsibles. La otra mitad era inesperada, sin cartilla previa, pensada y actuada frente al abismo. Néstor Kirchner fue un político abismal. No quiso abandonar las fuentes ya instauradas de las corrientes colectivas, pero su intranquilidad se notaba a cada paso. Era la intranquilidad del que sabía que había que inventarlo todo de nuevo y sin embargo preservaba ese espíritu novedoso en el ropaje de palabras asentadas en antiguos ritos argentinos.
Muchas veces se le criticó –le criticamos– ese repertorio desigual. Esa mezcla –pues, como casi todo en la Argentina, fue político de mezclas y heterogéneas composiciones– bullía todo el día, en avance, retroceso, al conjuro de las circunstancias. Pero este hombre intranquilo e ingenioso se las arreglaba para dejar en cada momento oscuro –que abundan y abundarán– una pequeña señal de esperanza. Se vislumbraba quizás en su estilo desprolijo, en su voz deshilachada, en sus señales de disgusto permanente frente a lo real y lo crudamente existente. Lo escuchamos hombres y mujeres que veníamos del fracaso nacional y, sin haberlo conversado nunca entre nosotros, percibimos que en su intranquilidad, en sus simpáticas pifias, en su rostro de personaje burlesco e incisivo, arraigaba el deseo de indicar otros caminos aún no transitados. Las palabras parecían muchas veces ya dichas, pero las promesas de novedad –que se arropan generalmente en odres viejos– era fácil identificarlas.
No le salía fácil el espíritu épico y fue cáustico o irónico donde otros hubieran reclamado grandes definiciones frente al cielo abierto de la historia. Pero con su estilo salido enteramente del eclecticismo nacional, de retazos de militancia estudiantil, de reflejos asamblearios, de paciencias infinitas hacia vetustos personajes y situaciones, de lenguajes populistas, a veces pastorales, siempre latinoamericanos, convencidamente renovadores, iba calibrando desde la asombrosa minucia hasta las grandes estructuras, donde actúan los cacicazgos reconocibles en el país. Hizo lo que le gustaba y lo que no le gustaba, fiel a las famosas recomendaciones que suelen destinarse al hombre político.
Como todo político que es irreversible en su vocación, intentaba no mostrar en ebullición sus pasiones. Los que no lo quisieron inventaron casi exclusivamente para él el concepto de “crispación”. No sabían que Kirchner fue del linaje político más respetable, el de los que intentan el arte y la dificultad de dominar sus pasiones más intranquilas. Arte e intranquilidad que son la política propiamente dicha. Su conversación era de cuño popular, gustaba de la chanza, no se acostumbraba con facilidad a las malas noticias y no le faltaba el consabido alfilerazo contra los que lo desafiaban.
Recrudecerán ahora las acechanzas, practicadas por una nueva derecha que aprendió a hablar diferente, que coquetea con temas de izquierda que le son prestados a veces irresponsablemente. Sabemos que persisten las tramas oscuras del pistolerismo político en el país, con matones que circundan la política, todo localizado en pliegues bien conocidos. Se deberán imaginar nuevas respuestas, será necesario darle nuevos contenidos al discurso político de la transformación social, se reclamarán necesarias reformulaciones y nuevos espíritus frentistas para hacer frente a los que se frotan las manos ante la evidencia de este vacío.
Un líder político, es cierto, puede ser una brizna en el vendaval. Pero la ausencia de Kirchner confirmará una vez más que las vidas, los cuerpos, la respiración de las personas tomadas en singular son uno de los signos capitales de la memoria común. Dijo que era un hombre corriente en circunstancias excepcionales. Esta frase quizás ayude para comprender que las circunstancias excepcionales que seguiremos atravesando precisarán nueva templanza por parte de la Presidenta en su dolor –que deberá ser acompañada por renovadas y reconstituidas fuerzas sociales– y por parte de un conglomerado humano que, si ahora no se hace más amplio, depurado e imaginativo, tendrá que saber que corren peligro todas y aún las más tímidas de las reformas emprendidas.
Es momento de catarsis, como decían los antiguos, es hora de depurar las pasiones y replantear las conciencias. Cuando decimos que Kirchner fue un político abismal se desea significar que había profundidad y vertiginosidad al mismo tiempo. Todo se hacía rápido, en el extremo de la decisión y a veces al compás de contingencias y casualidades. Kirchner pasará al memorial de las tareas argentinas como el signo de lo aún incumplido y de lo que hay que defender. De todos, de cada uno, de los de aquí y los de allá, aumentarán las responsabilidades ante el severo axioma de que se ha ido el hombre que fue hijo de una contingencia y se declaró constructor de realidades. Así es la política: el diálogo entre lo contingente y lo constructivo. Dejándose llevar por estas evidencias, que a su vez se lo llevaron, recordaremos y honraremos a Néstor Kirchner.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
Opinión
El odio de los que odian
Despido al hombre que dijo cuando asumió la Presidencia que “todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. Porque soy hijo de una Madre de Plaza de Mayo y me sentí su hermano. Y porque esa frase le hizo ganar el odio de todos los amigos y cómplices de los genocidas, empezando por el director de La Nación José Claudio Escribano. Despido al hombre que obligó al bloque parlamentario de su partido a votar el proyecto de la izquierda para anular las leyes de la impunidad, lo que le ganó el odio del ex presidente Eduardo Duhalde, que trataba de impedirlo presionando a los legisladores sobre los que todavía tenía influencia. Lo que también le ganó el odio de la cúpula de la Iglesia Católica.
Despido al hombre que algunos pícaros acusaron de “robar con los derechos humanos” y es al revés: los derechos humanos están en deuda con Néstor Kirchner. En cambio, los que lo acusaron usaron los derechos humanos para hacerse famosos. Y cuando fueron famosos cambiaron de bando para defender a los monopolios mediáticos y criticar a los defensores de los derechos humanos. Despido al hombre que habló de la vergüenza de la Corte menemista y arremetió democráticamente hasta conseguir la conformación de una Corte independiente –la primera en decenas de años–, que incluso le falló varias veces en su contra.
Despido al hombre que en Mar del Plata le dijo a George Bush “no nos van a patotear”, cuando querían imponer el ALCA a través de los gobiernos que en ese momento eran mayoría en América latina. Se habían ido Tabaré y Lula y sólo quedaban Kirchner y Chávez y entre los dos impidieron la concreción del tratado de libre comercio continental que impulsaba el presidente norteamericano. Y ese “no nos van a patotear” le ganó el odio de los adoradores locales del “american way of life”, que lo acusaron de populista y autoritario. Despido al hombre que con la presencia en la Argentina del presidente norteamericano organizó un acto donde el principal orador fue el presidente Hugo Chávez, el latinoamericano más odiado por Bush y a quien había tratado de voltear con un golpe de Estado.
Despido al hombre que apenas asumió la presidencia reivindicó la entrega desinteresada y la lucha de una generación masacrada, lo que le ganó el odio de la mediocridad ochentista de los dos demonios y de los acomodaticios. Despido al hombre que el mismo día que asumió realizó un gesto de soberanía inédito y permitió que Fidel hablara en un acto masivo en la Facultad de Derecho que fue transmitido por la televisión. Era el momento de mayor aislamiento de la Revolución Cubana, cuando muy pocos gobiernos tenían la valentía de recibir a Fidel en sus países. Despido al hombre que le dio una mano a Cuba, cuando Cuba estaba aislada.
Despido al hombre que vio la importancia de la alianza con Lula y Chávez, que impulsó como pudo el triunfo de Tabaré en Uruguay y después de Mujica, el hombre convencido de la necesidad de la unidad latinoamericana y el que la impulsó como ningún otro político argentino, primero como presidente de la República y después como secretario de la Unasur. El primero en organizar la solidaridad con Ecuador cuando fue el intento de golpe contra Rafael Correa, el que se ofreció como mediador de paz en Colombia, el que impulsó la defensa de Evo Morales contra los intentos separatistas de la derecha boliviana en Santa Cruz de la Sierra.
Despido al insólito presidente que no quiso nunca reprimir la protesta social, que ordenó a las policías hacer la seguridad de las marchas sin llevar armas de fuego. Y lo hizo cuando las protestas piqueteras se repetían en Buenos Aires y sectores de la clase media pedían frenéticamente mano dura. El hombre que convocó a los piqueteros a su gobierno y los designó en funciones estratégicas en la gestión de políticas sociales, internacionales y de derechos humanos. Los piqueteros eran los dirigentes sociales más demonizados por los medios y por ese sector de las capas medias urbanas.
Despido con el alma al hombre que alivió la espalda del país de la carga más pesada de su historia: la deuda externa y el Fondo Monetario Internacional. El que se peleó con su ministro de Economía, Roberto Lavagna, que quería aflojar en la negociación. El hombre que negoció con fiereza en defensa de los intereses de su país y logró la quita más grande en la historia de la deuda externa mundial. Con el que disentí pensando que era mejor declarar la deuda inmoral e ilegítima, pero que el desarrollo de los hechos demostró que el mejor camino era el que había elegido Néstor Kirchner. Despido al hombre gracias al cual no hay más monitoreos del FMI sobre la economía argentina exigiendo ajustes, enfriamientos y flexibilización laboral.
Y despido al hombre que decía con ironía “¿Qué te pasha Clarín? ¿Estás nerviosho?”. El gran polemista, el que entendió que la verdadera paz está en la polémica y en poner las contradicciones sobre la mesa. El que entendió que los falsos consensos entre los poderosos solamente provocan más violencia reprimida que en algún momento explota.
En un país donde cada gobierno había acrecentado la cantidad de pobres, desocupados y excluidos que dejaba el anterior, su gobierno fue el único que hizo disminuir esas cifras, el único que aumentó a los jubilados y decretó el retorno de las paritarias.
Hasta el día anterior, cada una de estas cosas parecía imposible. En mi caso, creí que nunca vería el juicio a los represores o la salida del país de la pesada carga de la deuda y el cepo del FMI. No lo esperaba y en lo personal traté siempre de mantener una mirada profesional y periodística, lejos de la obsecuencia, de la adulación o de la alabanza fácil. Pero ahora lo despido como a un hermano, con todo el dolor del alma.
Viernes, 9 de febrero de 2007 | Hoy
http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/index-2007-02-09.html
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