RODRIGO GARCÍA


RODRIGO GARCÍA

PREFIERO QUE ME QUITE EL SUEÑO GOYA A QUE LO
HAGA CUALQUIERHIJO DE PUTA
PREFIERO QUE ME QUITE EL SUEÑO GOYA A QUE LO HAGA CUALQUIER HIJO DE PUTA es un

concepto que tiene, por ahora, tres materializaciones diversas: una es una video-instalación de tres pantallas
grabada con colaboradores habituales de La Carnicería teatro en dos noches de invierno de 2004 en las
afueras de Madrid. La segunda es una serie de dibujos-rápidos (si hay fast-food puede haber fast-drawings)
que fui garabateando mientas comía el plato del día en un restaurante, en una pausa de la edición de la
videoinstalación. La última es el texto que va a continuación, escrito viajando en aviones. [RG]
Se estrenó el 2 de octubre de 2004 en el Teatro Buero Vallejo de Alcorcón, con el actor Gonzalo Cunill.
Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta.
Prefiero que me quite el sueño Goya a que me lo quite Adidas, Pescanova, Volkswagen, la
vecina, un gilipollas que dice ser mi amigo o una cabrona que repite que me quiere.
Si no puedo dormir una noche, joder, al menos que sea por un cuadro de Goya.
Y no por un coche que no puedo comprar.
Ni por una lata de albóndigas que me zampé fría y me sentó fatal.
Ni por haber llegado otra vez tarde a las rebajas a pillar lo más barato de lo peor, que era para lo
que nos alcanzaba el dinero.
Lo cierto es que me quita el sueño cada chorrada que me deprimo hasta casi tocar fondo. Y no
me gusta nada. Con catorce años ya me dije: tú no vas a tocar fondo. Y empecé a comprar,
intercambiar y pedir prestados y no devolver jamás libros y a robarlos como un enfermo, de donde
fuera y a quien fuera: da lo mismo la FNAC, la Casa del Libro, una biblioteca pública o la del padre
de mi mejor amigo. Que les den por culo a todos.
La gente piensa que para no tocar fondo hay que planificar algo. Y lo que yo digo es: la única
forma de no tocar fondo es hacer algo. Y hacer algo es, evidentemente, lo opuesto a planificar algo.
Planifican los tímidos y mientras tanto el mundo se va haciendo torpemente; la historia y la
geología avanzan gracias a los que se pringan hasta arriba, a los que tienen huevos.
¡Pero mira la gente que se pringa!
¡Vaya Hit Parade!
Margareth Thatcher, Hitler, Jesús Gil.¡Qué cabronada!
Menos mal que hay gente del otro lado, joder. Inútiles, pero peor es nada.
Hay que hacer algo. Sin preocuparse por las consecuencias. Porque la premeditación es el rasgo
que peor han desarrollado los seres humanos y mejor que la premeditación, que no es otra cosa que
una montaña de prejuicios sedimentados, digno de una nueva ciencia que yo llamaría
geología-psíquica, mucho más fiable resulta el instinto. No sé si cuando se caza con los dientes o se
ataja por el camino más corto para atrapar a la presa se trata de una premeditación elemental
(evidentemente el animal no medita, pero a veces parece haber algo un poco más allá del simple
reflejo) o no es más que una conducta innata y hereditaria. Sólo sé que tengo pasta en el banco y
que debemos hacer algo con toda la pasta ahorrada. Y eso tiene que ser YA.
Tenemos que ir al Prado una de estas noches, le digo a mis hijos. Y ellos me dicen que tenían
planeado ir a Disney World de París. Nosotros pensamos que ir a Disney World de París sería una
idea mejor. Porque para comprender la tristeza del hombre moderno, mejor un ratito con Mickey
Mouse en persona, o sea, un chaval mal pagado que curra 12 horas calcinado bajo un traje de
peluche sin agujeros de respiración, que pasear frente a Saturno devorando a sus hijos o el Duelo a
garrotazos o a cualquier cosa que hayan pintado Goya, Velázquez, Zurbarán o El Bosco, me dice el
mayor de mis dos chavales.
Y yo les digo: mirad chavalotes, no quiero usar vuestras cabezas como putos balones de fútbol.
¿Qué Dysney World ni qué pollas?
Vamos a ir al museo del Prado una de estas noches y de camino
vamos a subir al taxi a algún amiguete para que nos dé un poco de charleta y vamos a llevar algo
de beber también, una de esas botellas perfectas que tienen Macallan dentro. Y mogollón de farlopa.
Me siento con los pibes en la mesa de la cocina -que es el único sitio de la casa que aguanto- y
dejo las cosas claras: tengo dinero ahorrado, los ahorros de toda una vida.
Y pongo encima de la mesa de la cocina mis ahorros de toda una vida; que fui esta mañana al
banco y los saqué, con dos cojones: cinco mil euros. Un pastón.
Tengo cincuenta años y cinco mil euros en el banco.
Tengo casi un kilo en el banco y vamos a hacer algo, le digo los chavalotes, vamos a hacer algo
bien gordo, joder.
Con esa pasta no puedes ir ni a la esquina, me dice mi hijo de seis años.
¡Con un kilo no hacemos nada!
Ni un piso, ni un viaje cojonudo, ni la cirugía plástica, ni un coche como dios manda.
No puedes comprar nada que te dé estabilidad, porque la estabilidad tiene un precio, al menos la
económica, que ya veremos la emocional, si es que existe.
Ya que la estabilidad emocional depende directamente la estabilidad económica, me dice mi hijo
de seis años.
Y yo le digo a mi hijo de seis años que me repita la último que ha dicho.
Y el tío va y lo repite.
Y yo me reboto. Y le digo; mira pendejo de mierda, la estabilidad emocional y la estabilidad
económica mantienen una relación inversamente proporcional. Así que no me toquéis las pelotas.
Y mi hijo mayor me suelta, el muy cabrón:
Con un kilo, chaval, me parece que eres de lo menos estable que me he cruzado últimamente por
la calle.
Y yo les digo: no me seáis hijos de puta, nosotros no aspiramos a una vida estable, porque la vida
es un follón de la leche y nosotros aspiramos a revolcarnos en ese follón, a confundirnos con lo que
tocamos y a diferenciar en la bruma lo que nos da la gana y creemos pertinente: lo que nos
pertenece a cada uno de nosotros. Según la genética, lo aprendido y el azar.
Y mi hijo de 11 años interpreta como le da la gana mis palabras y me suelta: a eso le llamo yo
intensificar el vacío. ¿Tu de qué vas? ¡No somos unos tarados! No vamos a ir a una discoteca a
meternos pastillas, tío, ¿qué cojones te pasa? Para cansar un cuerpo, nosotros lo vamos a cansar con
cierto sentido, le vamos a dar a la fatiga nuestra propia orientación, tiempo y calidades.
Y el de seis años dice:
Lo que yo busco es un rayo de plenitud
en medio de este marasmo estúpido
empeñado en agravar la nada
Quiero ocultar algo de la vista de todos
y quiero cavar
Y voy a coger una pala y voy a ponerme a cavar
El vértigo no nos da ninguna clase de espesor
Al contrario
Tanta velocidad nos deja en los huesos
Acumular experiencias-leí en un libro- no nos protege
Y yo le suelto: ¿Ah, si? ¿Y para eso queréis ir a Disnayworld, capullos?
Y mi hijo me habla del significado del Pato Donald y yo me llevo las manos a la cabeza.
No conozco a mis abuelos –dice–
No he heredado ninguna tradición
No sé encender el fuego
No sé ni dos palabras de un dialecto a punto de extinguirse y que
no puedo perpetuar
Sólo puedo elegir entre agitarme o detenerme y coger de la mano a un tipo disfrazado de Mickey
Mouse en Disney World y contar mis problemas y mis alegrías a ese desconocido todo sudado bajo
el traje de muñeco
Sólo al perro Pluto le puedo contar mi vida
Me estáis jodiendo el proyecto, les digo. Vamos a intentar ser razonables. Tenemos cinco mil
euros. Mis ahorros de toda la vida, joder. Vosotros os cachondeais, decís que con eso no vamos a
ninguna parte. Y yo os digo: nos vamos a pulir la pela y nos la vamos a pulir mejor que nadie.
Mejor que Lady Di y Doddy Al Fayed juntos echando un polvo en el asiento de atrás de un
Mercedes a 230 por hora bajando por el túnel del puente del Alma.
Porque si Cristo multiplicó los panes y los peces, nosotros con cinco mil euratas podemos hacer
virguerías: Ir de putas, comprar whisky, mogollón de farlopa y acabar todos en el Museo del Prado.
A ver la pinturas negras de Goya.
Y el chavalote mayor me dice: prefiero ir a Disneylandia
Y el chavalote pequeño suelta: por una vez en la vida, vamos a hacerle caso al viejo, a ver si hay
suerte, a ver si suena la flauta.
Con esta carta blanca que me dan mis hijos ya estoy en condiciones de plantear mi propuesta
como debe ser.
Nada de ir por ahí, los tres puestos hasta el culo, los chavalotes y yo, por discotecas, puticlubs de
carretera, bares de taxistas, churrerías, afters, comprando bocatas en la calle a los chinos a las 6 de
la mañana? No señor.
Eso nos gusta, pero de momento, eso, para nosotros, significa tirar el dinero. Porque tenemos
novecientos talegos nada más.
Y nosotros no vamos a ¿tirar el dinero?, vamos a repartir la pela que tenemos con criterio, y
vamos a diferenciarnos de mogollón de peña gracias al criterio, que no hay que confundir con la
sensatez -ya que para nosotros el criterio incorpora el elemento confusión al cien por ciento- y eso
se lo debemos a nuestra biblioteca, joder.
A la famosa biblioteca de Espinaredo.
Porque si algo nos diferencia del resto, es que en casa tenemos una biblioteca. La Famosa
Biblioteca de Espinaredo.
La lavadora está rota, en la tele se ven sólo dos cadenas, la plancha perfora la ropa, el lavavajillas
jamás funcionó, la aspiradora hace un ruido infernal, el móvil no tiene cobertura ni batería y la
memoria del Mac petó, pero la biblioteca nos sigue funcionando, joder.
Y le digo a los chavalotes: de todos los electrodomésticos que compramos para la casa, me
quedo con la biblioteca.
Y como la biblioteca no es ni un electrodoméstico ni una sola cosa, como la biblioteca de
Espinaredo es una una coagulación de volúmenes y lomos y tipografías y pensamientos y sueños y
cobardías y colores y centímetros de alto, largo y fondo, y de olor a papel; como una biblioteca es
todo menos un electrodoméstico, cosa que se ve a la legua, mis chavalotes no dicen nada, pero se
fían, joder. Se fían. Y sueltan, finalmente: venga, vámonos al Prado.
Que preferimos que nos quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta.
Y no le vamos a dar el kilo que tenemos ahorrado a ninguna inmobiliaria, ni a ningún banco ni a
ningún concesionario Renault. Nos vamos a pulir la pasta en ir a ver a Goya. A nuestro aire.
Me parece que vamos a ir una de estas noches al museo del Prado, cuando ya está cerrado el
museo, y nos vamos a colar por la ventana. Le vamos a dar una pedrada a una ventana y nos vamos
a colar.
Los chavales insisten en que quieren ir a Disney World y yo les digo que te la pone más dura
romper una ventana y colarte en el Prado a las tantas de la noche que gastar la pela viajando hasta
París para ver al maricón del perro Pluto.
Y que si no les mola lo del Prado, estamos a tiempo de cambiar el plan. Que nos vamos a unos
garitos de carretera que yo me sé, que quedan a tomar por el culo, en la carretera que va desde
Infiesto a Llanes, a follarnos todo lo que se nos ponga por delante. Así los chavales saben ya desde
muy temprano qué es el sexo. Así saben lo que les espera. Que todo el mundo habla del sexo y
nadie sabe follar como tiene que ser, hostias. Y que le llaman a esos intentos patéticos, nada menos
que practicar el sexo. Como si se tratara de tirar la jabalina o de chutar un corner. Van a saber ya
desde chavales, que los tíos se corren incluso metiendo la polla entre dos almohadas o en el peor de
los casos en una misma almohada doblada al medio. Y que las tías, no se corren prácticamente
nunca si no es metiéndose mano a sí mismas. Que todo dios se las apaña para correrse solo,
tocándose y haciendo cosas ingeniosas incluso, y que en contacto con el otro todo es fingimiento y
desesperación. Y que una eléctrica necesidad de cariño reprimida, jode siempre el experimento. Van
a saber que el sexo que todos glorifican y subliman, es sencillamente un chasco para un porcentaje
altísimo de la población. Ya que echar un buen polvo una noche, puede que te toque. Pero follar
como un salvaje mínimo 4 días por semana está bien chungo. Y todo el mundo cree que ha follado
bien y realmente nadie ha follado bien nunca. Y tendríamos que hablar durante dos semanas de lo
que significa disfrutar en la cama y de lo que significa el placer. Y se ponen todos como focas, a
reventar de pasteles. Saben comer pasteles, pero no saben comer una polla. Hacen tres, cuatro, cinco
comidas al día, pero no saben comerse un coñito.
La cosa es que vamos a ir al Prado pero desde un poquito a tomar por culo, para sacarle provecho al
viaje.
Vamos a pillar a un taxista y le vamos a decir: escucha, nosotros vivimos aquí al lado, en la calle
Huertas y queremos llegar al Prado pero tardando bastante, como mínimo, hora y media, así vamos
charlando. Y el taxista me dice: mira tío, el Prado queda a dos calles y lo mejor es que te vayas
andando que un poco de ejercicio es bueno para que se te pase la borrachera. Además, el Prado
cierra a las siete y ya son casi las nueve. Y yo le digo: escucha gilipollas de mierda, que yo sé de
qué te estoy hablando: vamos a ir hasta Barajas primero, a recoger a un amiguete. Y de Barajas al
Prado. Y el tipo echa a andar el contador de las perras y salimos por fin de excursión. Manda
huevos: ¡y yo que creía que como padre de familia si metías tus niños en el taxi te respetarían más!
Pero ni así.
Tenemos casi un kilo encima -le digo a los chavales- mirad el fajo, y si os parece bien, lo vamos
a repartir de esta manera:
20 talegos se nos van a ir en el taxi. Porque vamos a estar dando vueltas como mínimo tres horas.
En drogas llevamos gastadas ya 150 lucas.
Y con las 700 y pico que nos quedan he contratado por una hora y media al filósofo Peter
Sloterdijk. Porque es filósofo y porque está de moda. Si estuviera de moda y no fuera filósofo, no lo
subimos a nuestro taxi con nosotros ni de coña. No vamos a subir al taxi a Winona Ryder, ni a
Zidane, ni al rapero ese que no sé ni como se llama, sólo porque están de moda.
Tampoco vamos a subir a cualquier filósofo sólo porque es filósofo.
Llamamos al Peter Sloterdijk porque es filósofo y está de moda. Y porque me sale a mí de las
pelotas.
Y la secretaria del Sloterdijk nos dice que el muy capullo quiere 2 kilos para venirse a España.
Ni hablar, le dije. Nosotros tenemos 700 talegos y ni una sola perra más, joder. ¿En euros cuánto
es? 4200 euros, me dice mi hijo de seis años. Por esa pela Peter Sloterdijk no se mueve de casa, me
dice la secretaria por teléfono,
la secretaria de Peter Sloterdijk por teléfono,
la muy guarra.
Y yo me enrollo cantidad y le digo que al lado del Prado podemos tomarnos unas croquetas de
cagarse en Casa Antonio. Y que el presupuesto nos llega también para media ración de Jabugo y
una botella de Ribera. Y el Sloterdijk se pone al teléfono y dice: ¿trato hecho?
El avión nos sale por 900 euros ya que no pasa el fin de semana.
No me suelto a largar sobre los hijos de puta de las líneas aéreas porque me llevaría como
mínimo 6 horas.
El hotel nos sale por 500 euros esa noche, porque el mayor de mis chavales dice que quiere
ponerle al Sloterdijk en el Palace y cuando le digo que el Ritz es más sensato porque queda al lado
del Prado y que el Palace es peligroso porque está al otro lado del paseo del Prado y hay que cruzar
entre tanto coche y el Sloterdijk seguro que va a ir mamado, me dice : al Sloterdijk lo vamos a
poner en el Palace porque en el Palace dormía Borges y porque en el Ritz durmieron Britney Spears
y Mel Gibson. Y porque me sale de los huevos. Y esta última razón me conmovió tanto que dije,
vale, si te sale de los huevos, se hace como tú dices.
O sea que con estos gastos imprevistos, nos quedan para el Sloterdijk unos 2.400 euros y
tenemos que renegociarlo todo con su secretaria, porque le habíamos prometido prácticamente el
doble. Pero ya era tarde porque el Sloterdijk ya había salido para aquí.
Ya ha salido para allá , me dice la tía.
¿Ya ha salido para aquí?, le digo.
Pues vamos a buscarlo a Barajas.
Y nos presentamos. Y el tipo llega. Puntual. ¡Cómo son los germanos! Y me pregunta por las
croquetas de Casa Antonio. Menudo es el tío: sale por el control de Policía y ya está con el rollo de
las croquetas y el Jabugo. Lo metemos en el taxi y le explico de qué va la cosa. Le digo: mira,
nosotros en la familia tenemos ahorrados cinco mil euros y nos los vamos a pulir de esta forma:
queremos ir al Prado, romper una ventana y ver alguna pintura negra de Goya sin que nadie nos
toque los huevos y quedarnos toda la noche a nuestro aire. Llevamos birras y bocatas de tortilla para
tirar toda la noche.
Cuando amanezca nos volvemos a casa. Y Santas Pascuas.
Antes de meternos al museo, nos tomamos todos juntos las croquetas en Antonio y mientras
enfilamos para Antonio, de camino en el taxi, vamos de charleta contigo.
Tu estás aquí para soltarnos la chapa en el taxi de Barajas a Casa Antonio. Y listo. ¿Que la charla
se pone interesante?, le digo al taxista que le de vueltas, para hacer tiempo, a Neptuno. O a los
Jerónimos. Que son dos monumentos de mierda. Una es una estatua que no vale nada y la otra es
una iglesia que tampoco vale gran cosa. Pero Madrid no tiene mucho de donde rascar. Si quieres ver
monumentos, te vas a Florencia. Aquí vienes a hablar de filosofía en el taxi, de Barajas al Prado y a
zampar croquetas y a regarlas con un Riberita.
Y le detallo el presupuesto: lo que vale el taxi, el avión, la habitación del Palace, la ración de
croquetas, la media ración de Jabugo, una botella de un Ribera aceptable, y el tipo me dice que el
proyecto le parece bien. Me gusta el proyecto, me dice. Pero yo habría llevado a los chavales a
Disney World de París. Esta última frase, no sé si es del hijo de la gran puta del Sloterdijk o de mi
hijo menor, que me va traduciendo todo del alemán y puede que me la haya colado el muy capullo.
El Sloterdijk ve la botella de Macallan y nos pide un trago y mi chavalote el pequeño le suelta,
en un perfecto alemán: el Macallan es para dentro del museo del Prado y no está incluido en tu
contrato. Contigo sólo tenemos croquetas, media de Jabugo y una botella de Ribera. ¡No te enteras,
tío!
¡Bonita noche de verano en Madrid, joder! ¡Guauuu! Me veo a mi mismo en el taxi, junto a mis
dos chavalotes, bajando por Serrano directos a la Puerta de Alcalá , con todas las ventanas abiertas,
con el Sloterdijk hablando en alemán que no le pillo ni una palabra y el taxista menos, los
semáforos de Serrano tan bien sincronizados, verde, verde, verde, que me digo: ole tus huevos, anda
que no te gastas la pasta de puta, puta, puta madre. ¿Qué con 5.000 euros no puedes hacer nada
importante? No me jodas: prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta.
Y cavo profundo en mi
diminuto pedazo de tierra
Cavo siempre por debajo de mis pies que me sostienen cavando
Y doy espesor a una sola acción
Y la protejo de vosotros con tantos pensamientos como
una cebolla de capas y capas y capas de piel de cebolla
Y soy más que nunca una cebolla
rodeada de finas y precisas y húmedas capas de
pensamientos
Y alejándome os busco
Entero
Desaparecido-desapareciendo
Cavando
Y el Peter Sloterdijk dice: ¡Qué idea cojonuda! ¡Yo también quiero entrar al Prado por la ventana
esta noche! No me jodáis, ¿no me vais a dejar tirado? Y yo le digo: ¡vaya hijo de puta! Con la pela
que cobras, tú te vas al Palace, te pules el minibar entero, pones el canal porno o llamas a una puta y
a dormir la mona; que mañana te vuelves para Alemania y llega un taxi a recogerte a las cinco y
media.
Aún así, salvado este contratiempo, la charla en el taxi se pone interesante. Mi hijo de seis años
sigue cada reflexión del Sloterdijk sin perderse ni un detalle y suelta unas réplicas en alemán que
deben ser la leche, ya que el Sloterdijk se queda en silencio unos segundos y le responde otra vez
entusiasmado. Se habló de todo y con eso vamos a hacer un libro, porque llevamos escondida una
grabadora en la mochila, entre la farlopa. No somos tarados. El Sloterdijk está de moda. Vamos a
hacer un libro, nos vamos a forrar, y ni se va a enterar.
Me tengo que saltar prácticamente todos los detalles, joder. Para ir al grano. Como nos peleamos
por la ración de 8 croquetas. Como bajaba la botella de Ribera. Las lágrimas y el babeo del
Sloterdijk con el Jabugo en la boca entreabierta. Nos salió interesante el Sloterdijk. Estábamos
cachondos. El cerebro a tope de sangre. Bum, Bum la sangre por las venas. Preparados para echar
un polvo de los que uno va a recordar de por vida o para romper una ventana del museo del Prado y
colarnos a ver a Goya.
En mi esfuerzo por ser democrático dije a los pibes: ¿Qué hacemos? ¿Vamos de putas a echar
uno de esos polvos que uno luego recordará toda su vida o nos metemos al museo del Prado por la
ventana?
Por nosotros, mejor vamos a Disney World, sueltan.
Y yo le digo al taxista, que está fuera de Casa Antonio esperando: venga, tiremos para el museo
del Prado que queda aquí a la vuelta.
Y ya en el taxi, el chaval de seis años, larga: cómo mola hablar con el alemán éste. Es lo
contrario a hablar contigo.
¡Qué faltón me salió el muy capullo! Y yo que a los niños ya he decidido no golpearlos más,
joder. Y mira como me provocan los muy hijos de puta. Y yo les hablo de mi misión educativa y
que cada uno da para lo que da. Sloterdijk les habla un rato del ser en cuanto a ser histórico y
desheredado y yo los llevo a la cancha, joder. A ver perder otro domingo al Atlético de Madrid.
Cada cual da para lo que da. Y en el campo del Atlético se aprenden muchas cosas. La filosofía
nihilista y la estoica, por ejemplo. Y si la naturaleza y la vida te han dado algo de sentido del
humor, puede que siendo socio del Atlético de Madrid desarrolles una capacidad asombrosa para el
pensar Cínico, que no es tontería. Lo digo siempre: Diógenes era colchonero.
Vamos a dejar al nazi este en el Palace y vamos a ir al Prado. Con la mochila a tope de droga,
bocatas de tortilla y birra y Macallan. Y piedras para romper las ventanas. Y la sangre haciendo
Bum Bum. Una fiesta.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
(segunda entrega en el próximo número



RODRIGO GARCÍA
BORGES
Borges, con Texto, espacio y dirección de Rodrigo García, se estrenó en diciembre de 1999 en «Cabaret Borges»,
Casa de América de Madrid, con el actor Juan Loriente.
Antes, cuando me mosqueaba, yo decía: «que os den por culo y que os quedéis ciegos».
Al final conocí a Borges metido entre otras personas y no tuve huevos para decirles la famosa frase,
mi frase acuñada, celebérrima, «que os den por culo y que os quedéis ciegos».
Yo no tengo nada en contra de los ciegos ni de ningún minusválido, pero jamás les suelto monedas,
ya sabéis, para ganarme el cielo o la sonrisa del lisiado; todo la recaudación se la pulen en porros, dicen
que es para el médico, para la cirugía, para recuperar el sentido perdido, para la prótesis, pero no nos
engañemos: es para vicio.
Lo mejor del sentido perdido es que inflama con seguridad algún que otro sentido: la dificultad física
–lo digo siempre– agudiza el ingenio.
Y sobre todo, la dificultad sexual. La lejanía sexual. Aunque lejanía sexual la experimenta el 90 por
ciento de la población; no se necesita ser un impedido para eso, y sin embargo se cree que lo peor que
le puede ocurrir al lisiado, al impedido, es precisamente esto: la lejanía sexual.
Cuando –repito siempre– la sexualidad del paralítico es infinitamente más rica que la del hombre de
a pie, ya que practica con seguridad las llamadas «maneras sucias», maneras sucias que todos quieren
para sí y nadie ejecuta en realidad.
El sexo se lleva en la mente y la sexualidad en el olor de los dedos, y los que llevan no solo el sexo
sino también la sexualidad en la mente y en ninguna parte más, son la peor carroña del planeta,
muchíiiiiisimo peor que los animales y me refiero nada menos que al 90 por ciento de la población.
¿A dónde he ido? ¿A qué he ido?
¡A darme por el culo a mí mismo!
Lo peor de moverse es que siempre te llevas contigo. Pues no: lo peor es lo que tropiezas. Y es
mentira que cada cual tropiece con lo que se merece.
Porque el planeta está hasta arriba –90 por ciento aproxi-madamente– de gente empeñada en joderle
la vida al prójimo, algo que no tiene nada de malo ya que, tratándose como digo del 90 por ciento de la
población, incluye prácticamente a todo el mundo, lo que garantiza estadísticamente que los jodedores
se joderán tarde o temprano entre sí, aunque también salpique a ese otro 10 por ciento restante que no
quería meterse con nadie pero que sin embargo se metió, en busca de «experiencias personales» cuando
todos deberían saber ya de carrerilla la famosa frase «toda experiencia personal es experiencia negativa».
De esta forma se produce el choque frontal-casual de la casi totalidad de la gente que anda por la
vida estropeando jornadas ajenas y que son, a su vez, víctimas de otros estropeadores profesionales o
veteranos.
Estropeando vidas ajenas y exponiéndome a ser estropeado.
Esto me repito, canturreo en el coche: estropeando vidas ajenas y exponiéndome a ser estropeado.
Y le pongo música.
Lo vi en el Café Tortoni a Borges con la secretaria y el secretario y con Octavio Paz, el poeta que
nunca se mojó por nada ni nadie, el poeta condecorado, el poeta insignia. Ahí estaban sentados los dos
poetas insignia, los que nunca se mojaron por nadie y al fondo unos desconocidos jugaban al billar.
Pero yo no los veía así. Con 17 años y vocación literaria, los veía como a dos apariciones.
Me levante a mear dos veces sólo para pasar raspando la mesa, a ver si se me pegaba algo y cuando
iba a dirigentes la palabra no les dirigía la palabra, porque no tenía nada que decir. ¡Diecisiete!: A esa
edad nadie sabe lo que admira.
Yo iba a escribir a una mesa de un café también, porque en una mesa de un café los escritores
bohemios escriben; les sale sola la palabra, pero creo que nunca traje nada, ni un garabato en una
servilleta. Y lo que es peor: ni una sola chavalita.
Me abrumaba la idea de ir al café a escribir y que no me saliera nada, y por consiguiente, no tirarme a
ninguna piba.
No me atormentaba no saber escribir: me abrumaba no ser guapo como para tirármelas sin
necesidad de escribir.
Entonces me dije, deberías hacerte el ciego a ver qué pasa.
Cambié el bolígrafo por el bastón. Compré un bastón plegable, un perro labrador gigantesco,
compré gafas de sol y me apunté en una escuela de teatro con dos directores maricas que me enseñaron
en un mes a hacerme el ciego a la perfección.
Llego a casa –que son mi padre y mi madre, mi padre carnicero y mi madre verdulera– y les digo,
emocionado: los vi a Borges y a Octavio Paz. Mi madre me hace preguntas. Me pregunta si les hablé.
Porque ella sabe que les admiro. Y mi papá me revolea un cinturonazo y me grita de maricón para
arriba y a los cinco minutos ya estoy con un delantal blanco lleno de sangre cortando reses en la
carnicería.
Para la explotación de tu propia familia es una ventaja que el comercio, la tienda, quede en la planta
de abajo y que la vivienda quede en la planta de arriba; no se tarda nada en bajar a trabajar y en subir a
dormir: así hicimos construir nuestra casa. Bonita, de dos plantas, por fuera toda de amarillo.
Mi madre es la única que le da cierta importancia a lo que me ha pasado en la vida.
Mi madre se acuerda de cuando yo vi a Borges en el Café Tortoni y mi madre se ríe, dice: no puedes
decir eso de un hombre tan importante y ríe porque a una obra de teatro le pongo de título
«CONOCER GENTE, COMER MIERDA». Se ríe –QUE YA ME HACE MUY FELIZ A MI QUE
SE RÍA MI MADRE– y suelta: «con lo bien que te ha ido en la vida, cómo se te ocurre poner ese título
a tu obra». Pero se ríe, y en su risa comprendo toda su frustración, sé que en el fondo está de acuerdo
conmigo, que me autoriza a ser el portavoz de una generación de perdedores follados por el culo.
Y yo aprovecho y me río del respeto, de este respeto azul, y pienso que generalmente a uno le
enseñan a respetar a los que no merecen el menor respeto, y que cuando vas por la vida sin ostentación,
cuando escondes a tu manera tu secreto, QUE ES TU CONOCIMIENTO, es ahí cuando te empiezan
a ignorar.
Así que le suelto a mi madre, en la última visita, cuando mi padre palmaba y al final se salvó, la frase:
«La inteligencia y la educación están en las antípodas».
Y le pego dos tiros a mi madre.
Qué coño, ni le he pagado un tiro a nadie, ni me he comprado el perro, ni el bastón, ni tuve cojones
para intentar hacerme el ciego para follar, porque, de ser así, no diría las cosas que digo, no tendría la
lengua que tengo,
la lengua que tengo,
la lengua que tengo es un río congelado
que baja desde mi cerebro, paisaje
medio oculto-medio visible hecho de
discursos insatisfechos por una mente abarcadora
de otras mentes insatisfechas
abarcadoras de otros corazones insatisfechos
abarcadores de otros músculos insatisfechos
Cuando se muera mi madre, se va a morir mi memoria, porque mi madre sabe el día y la hora y la
cara que puse delante de todo lo que me ha pasado en la vida.
Cuando se muera mi madre, no voy a saber nada, por la poca importancia que le di a mis pasos –los
tomé como lo que son, pasos– y ya está.
Lo perseguía a Borges por todas partes. Daba conferencias y yo estaba ahí, media hora antes, cuatro
horas antes, fila uno. El viejo habla de literatura, de lo que le gusta y aprovecha para poner a parir a
Lorca, a los suecos de la academia, les dice a los suecos que no tienen un Cervantes; habla del general
Rosas y nunca habla de lo que está pasando: Videla, Massera, Agosti, Suárez Mason, Garltieri, Astiz:
tiene miedo.
Después le sueltan el muerto al público, comienza la ronda de preguntas. Uno le pregunta si le gusta
el fútbol. Todo el mundo sabemos que al ciego le repatea el fútbol. Yo le pregunto por Schopenhauer.
Tengo 17 años y hace 4 que leo exclusivamente Schopenhauer. Y Séneca. Suspendo matemáticas,
suspendo física, suspendo literatura, suspendo gimnasia, porque lo único que hago es leer
Schopenhauer. Y Séneca. Todo para poder hablar con el viejo. Me lo sé todo. Todo Schopenhauer
entero. Había un solo ejemplar de «El mundo como voluntad y representación». El de la Biblioteca
Nacional. Yo hacía pellas en el colegio y me iba a la Biblioteca Nacional. Tiraba la mochila con los
libros en unos arbustos de la estación de trenes del Retiro, me quitaba la corbata azul del uniforme y así
ningún policía hijo de la gran puta me paraba y me devolvía a casa, llamaba a casa para decir, aquí está
su hijo, haciendo pellas, con la mochila y la corbata. Entonces caminaba hasta San Telmo, a la calle
México, a la Biblioteca Nacional. Pedía «El Mundo como voluntad y representación» encuadernado en
piel, precioso, y me lo tragaba enterito.
Después volvía a casa como si volviera del colegio. En casa tenía todo Schopenhauer, menos «El
mundo como voluntad y representación».
Y por las dudas me leía a los presocráticos también. Sobre todo Heráclito. Y tenía el libro verde y el
libro marrón, la obra completa de Borges. Y así me preparaba para ver cara al viejo. Entonces le suelto,
en aquella famosa charla, aquella famosa tarde, no sé qué de Schopenhauer.
Y me dice el viejo: «Schopenhauer es el ápice».
Estaba a reventar de gente. Yo no sé qué quiere decir «ápice». No puedo ir a las charlas con el María
Moliner, con el Ferrarter, con el Casares. Ápice, pienso, será algo bueno, porque al viejo le gusta mucho
Schopenhauer. ¡Cuatro años preparando la pregunta y no entiendo la respuesta!
¿Y para esto me revienta el corazón? ¿Para esto casi palmo del miedo de hablarle en público al
cegato? ¡Doscientas personas delante! ¡Cágate! Le voy a esperar fuera, pienso. Le voy a esperar fuera y le
voy a decir: te has pasado, te has pasado tres pueblos. O mi frase célebre: que os den por culo y os
quedéis ciegos.
Hace cuatro años que estudio a Schopenhauer, me quiero lucir, quiero hablar con Borges delante de
tres millones de personas y me contesta con una palabra que no comprendo.
Lo voy a esperar fuera y le voy a dar de hostias.
Le voy a dar con un churrasco.
Con una tira de asado.
Hay gente que se mete a defenderle, les doy con la tira de asado.
El perro guía que lleva siempre con el, intenta morderme, mato al perro a puñetazos... qué digo:
Borges nunca llevó un perro, no importa...
Le doy con el hueso de la tira de asado en la frente, hay sangre por todas partes.
El viejo dice: «Heráclito se arrancó los ojos para pensar, el tiempo fue mi Heráclito».
Y yo le agarro del cuello y le grito: ¡Qué sangre fría! ¡Eres ciego y no puedes hablar honestamente ni
siquiera de eso!
¿¡Todo hay que decirlo con referencias culturales!?
¿¡Ni una sola palabra honesta!?
Te quiero ver en México, en la India: ¡no hay cegatos ricos! Si eres ciego estás el triple de jodido. Ahí
un señorito ciego no aguanta ni un segundo.
Con razón no escribe sobre la realidad, no la ve: ¡es ciego, es un señorito, no puede hablar más que
de Keats, de Stevenson, para el ciego de corazón bastan las referencias culturales! PERO TE QUIERO
VER CIEGO DEL BOLSILLO: Te quiero ver, con la vista chafada y cantando en un vagón de metro
como en el DF mexicano. ¡Un frenazo y la armónica y el vasito con las monedas vuelan a tomar por el
culo!
Y sin embargo, ESOS BONITOS ojos que tienen los perros DE LA ANTÁRTIDA.
Tienes que venir al DF, le dice Octavio Paz a Borges en el Café Tortoni, y yo que me meo y no soy
capaz de decirles nada y quiero explicarles a estos dos tantas cosas, mi admiración...
Y Borges que no ve pero huele, y Paz que ve pero que ni huele, y los dos secretarios, que me
apartan, que me dicen: chaval, estás meado y así no puedes acercarte a Borges ni a Octavio Paz. Porque
son los poetas Hispanoamericanos de proyección internacional.
Como está el Café Tortoni de triste: estos dos ahí, con los secretarios; los del billar allá, yo
meándome... ¡y ni una sola chavalita!
Voy a ponerme a machacar la fosa del viejo Borges en Ginebra,
SÍ: ME VOY A EMPLEAR EN ESA MIERDA,
Tiene que ser la hostia: me voy por carretera con el Fiat Punto Gris que no me ha fallado
nuuuuuunca, y le voy a decir a Oscar y a Delphine y a Macasdar que me ayuden, que me dejen dormir
en su casa y que me consigan dinamita, palas Y COMIDA.
Y voy a llamar a mi editor, a mi amigo François que es de Besançon, que está al lado, para que lo
publique todo.
Voy a ir con Patricia, con Miguelito y con Chete, para que mientras reviento la tumba, insulten a lo
loco.
O que hagan lo que quieran. ¡Siempre han hecho lo que han querido, los muy capullos!
Le dinamito la tumba AL VIEJO DE MANERA TAL QUE LOS RESTOS LLEGAN VOLANDO
AL OBELISCO.
Al obelisco es imposible: queda a tomar por culo, por el centro de Buenos Aires, ¡es otro
contineeeeeeeente!
Y cae en «la bombonera» también, la cancha de Boca.
La mitad fue a caer al lado del obelisco pero lo demás cayó en la puerta 7 de la Cancha de Boca: en
el fondo Sur. Con «la barra brava», los ultras.
En la puerta siete está el puesto de los bocatas de chorizo, ¡los choripán! Caen encima de la parrilla
los pedacitos podridos del viejo Borges y se lo zampan , se lo zampan en un choripán. El chorizo es a la
brasa. Y la brasa son cenizas. ¡Toma cenizas! ¡Las del viejo Borges! ¡Esas sí que son cenizas! ¡Cágate, lo
que más odiaba, el fútbol! ¡Y se lo zampan disfrutando del partido!Gritan gol con la boca llena de Jorge
Luis Borges, escupen a un hombre importante, ¡ojo! ¡Qué negros de mierda, qué paletos, vosotros los
del boxeo –qué digo boxeo, se me va la cabeza–, vosotros los del fútbol, sois todos unos paletos de
mierda!
¡Chau Spinoza!, ¡chau Stevenson!, ¡chau Keats! ¡Me acuerdo cuando murió, yo estaba en Madrid,
compré todos los periódicos, se me acababa el mundo, lloraba!
Ni tigres, ni laberintos, ni espejos, ni Schopenhauer, ni el Quijote: directo a la popular, al fondo sur,
con los negros, la clase trabajadora pegándose tiros en la panza, en el pecho, la poli repartiendo palos y
mientras tanto, gente que escribe poesía y literatura fantástica y gente que hace películas para divertir.
¡Qué necesario! –dicen–, con lo espantosamente jodido que está todo, con lo sin remedio de todo,
¡qué necesaria la distracción y qué necesaria la cultura!
¡Vaya, digo, imprescindible, digo! Esos contenidos rebuscados, lejanos, ¡que edificantes! Valoran a los
artistas por su incomprensibilidad y valoran a los comerciantes por su obviedad más patética, glorifican
los extremos, que es lo que se puede comprar y vender, lo cultureta inalcanzable o lo manoseado hasta
el hartazgo y resulta que nada le sirve a nadie en absoluto para vivir, y mientras repito vivir-vivir, pienso
en morir.
Y yo en el Café Tortoni admirando a dos tipos sin huevos, dos mantenidos del gobierno, de las
familias que van a la ópera y de los militares de turno, y del peor de los chauvinismos, ¡cágate!
Me las voy a pirar.
Me las voy a pirar.
Me las voy a pirar a España o a Madagascar.
Y al final me piro.
Mi madre en la escalera mecánica del aeropuerto no da crédito: no se le caen las lágrimas, se le cae la
cabeza entera, como una calabaza pesadíiiiiisima, y hace ¡pum! en el mármol del aeropuerto.
Estoy hasta el culo de las experiencias: de las experiencias que viven los demás y de las mías.
Estoy hasta el culo de la magnificación,
de la trivialización,
del empequeñecimiento de la vida,
de los incidentes acotados, de las vivencias narradas, de las apariciones comentadas, de las
casualidades manoseadas, de los encuentros magnificados, de que a lo común, que ya es grande por sí
solo, lo llamen «acontecimientos».
Me piro.
Y me piré.
Me voy a zampar esta manzana, que tiene mogollón de veneno, y palmo.
O voy a vivir para seguir diciendo.
Vamos a esperar.
(come)
Voy a comer.
Y vamos a esperar.
A ver qué pasa.
ACCIONES
que acompañan tristemente al texto:
Fumigar con veneno muchas manzanas.
Pegar tiros con pistolas.
Fustigar la mesa con carne argentina.
Sacar un retrato de Schopenhauer.
Ponerse patillas postizas como las de Schopenhauer.
Mostrar revistas porno enmarcadas.
Mostrar retrato de Borges.
Sacar foto de Videla.
De Margaret Thatcher.
De un soldado de Malvinas.
De otro soldado de Malvinas.

4 comentarios:

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